Por Dionisio Rodríguez Mejías.
7. El sobre.
El abogado nunca hubiera imaginado que una señorita, tan educada, pudiera hablar con aquel descaro del “par de pelotas” de un cliente; pero cada día las mujeres alardeaban de ser más liberales y de hablar tan mal o peor que los hombres.
En aquel momento sonó el teléfono, lo cogió Martina y respondió.
―Ahora mismo salgo.
Se dirigió al señor Cubero y le preguntó con enorme corrección.
―¿Me permite que le deje solo un momento? Vuelvo enseguida.
Minutos más tarde regresó al despacho, se sentó en un extremo de la mesa con las piernas cruzadas y le entregó un sobre con una sonrisa amistosa e inocente.
―Aquí tiene un obsequio de la empresa, por facilitar los trámites legales.
Cubero examinó el sobre, se lo guardó en el bolsillo de la americana y bajó la cabeza. Le atrajo tanto la idea de colaborar en el futuro con Edén Park, y mantener buenas relaciones con aquella señorita que, en un instintivo gesto de sinceridad, la previno sobre la idiosincrasia especial de su cliente.
―Tengan cuidado con el señor Barroso; a primera vista, parece un hombre sencillo y efectivamente lo es; pero también es muy desconfiado. De todas formas, sepa que de ahora en adelante estoy a su disposición para lo que guste mandar.
―Señor Cubero; le agradezco mucho su sinceridad, pero si lo que a usted le preocupa es la seguridad, ahora mismo podemos redactar un compromiso de recompra para los próximos diez años, con un margen del veinte por ciento anual, desde el día de la firma. No existen mayores garantías. Cuando su cliente decida ejercer su derecho, no tiene más que llamar por teléfono, comunicarnos sus intenciones y presentar la carta en administración para recibir un cheque bancario por el valor total. ¿Qué le parece?
Segura de haber llevado la gestión adonde pretendía, pensó que era el momento de alejar cualquier sombra de duda y, con enorme naturalidad, cogió el teléfono, hizo una llamada y, al instante, entró en el despacho una jovencita que le entregó una carpeta con un documento en su interior. Algo pesaroso ante su observación, el abogado intentó recoger velas para restablecer el buen clima inicial.
―No; si a mí lo único que me preocupa son mis honorarios.
―También hemos pensado en eso y, como es norma de la empresa en estos casos, le hemos reservado una comisión del tres por ciento. Es decir, ciento cincuenta mil pesetas que le abonaré cuando cobremos el dinero. Ya lo ve; todo es legal para evitar las suspicacias y la desconfianza de su cliente. Ahora ya puede llamar al señor Barroso y decirle que prepare el dinero. Ahí tiene el teléfono.