Recuerdos de la SAFA – 4. Vamos a clase
Hoy debería estar en Úbeda, celebrando con mis compañeros de clase el reencuentro cincuenta años después de despedirnos en la explanada de la SAFA, cada uno a su destino, fuese éste el que fuese. Y no son los recuerdos de ese último día, sino los del primero los que se amontonan desordenadamente en mi memoria, y el tiempo transcurrido hace que se mezclen con otros similares pero acaecidos años después.
Ese día primero lo abordamos con los ojos muy abiertos, con un plus de contención e incluso temor, porque todo era nuevo para nosotros. Pero sobre todo, al menos para mí, todo tenía unas dimensiones que me desbordaban: el dormitorio, la iglesia, el comedor, los pasillos,… todo era desproporcionado y severo, apabullante y llamativo. Intentaba comentar todo esto con los únicos amigos que tenía hasta ese momento, los dos que vinieron conmigo desde la SAFA de Riotinto, el chispeante N. y el formal S.G. Pero los dos estaban tan impactados como yo, y poco más podíamos decir de “¡Mira qué…!”
Ese primer día dedicamos el primer tramo horario a recibir instrucciones y a conocer las normas de la casa. Lo primero, el horario. Y vimos que empezaríamos temprano todos los días (a las 7:15), salvo los domingos (suspiro de alivio) que nos levantaríamos… a las 8:00 (puf!!). Los sábados era algo distinto: las mañanas como cualquier día, pero las tardes se apretaban un poco para permitir un breve paseo de poco más de hora y media.
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