50º aniversario del CEIP “Sebastián de Córdoba” de Úbeda

El día uno de septiembre de 1970, el actual C.E.I.P “Sebastián de Córdoba” de Úbeda (Jaén), más conocido por antiguas generaciones como “Colegio de la Explanada”, inició un nuevo y definitivo curso, con la denominación de Colegio Nacional “General Franco”. Estaba formado por nueve unidades escolares pertenecientes al Colegio Nacional “Santísima Trinidad” y ocho procedentes del Colegio Nacional “Virgen de Guadalupe”, permaneciendo unos años en la sección de “San Miguel”, del Barrio de la Guita, hasta que pasó finalmente a manos del “Virgen de Guadalupe”.

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Maltrato y/o violencia de género

Al hilo del horror ocurrido en Úbeda hace unos días, nunca es tarde -ni excesivo- reflexionar sobre este manido y no resuelto tema, del que nuestra sociedad actual está tan concienciado e informado; pero que, cual rayo que no cesa, sigue proyectándose -una y otra vez- sobre nuestras conciencias y realidades cotidianas de forma súbita e inesperada.
Me refiero a la violencia física o al maltrato psicológico que puede materializarse fatalmente, al amparo de la nueva pareja contemporánea o del matrimonio tradicional; y que cuando llegan los problemas de convivencia y/o de los hijos se suele acrecentar más.

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Recuerdos de la SAFA – 6. La comida

Recuerdos de un safista – 6. La comida

En ese momento, sonó el timbre, y Don J. interrumpió a nuestro compañero, diciéndole “Vale, vale, ya seguirás en otro momento. Recoged, que ya viene Don Isaac, y le gusta ser puntual”. Y tan puntual: no había terminado de decirlo cuando un enérgico toque en la puerta dio paso a un señor con el pelo canoso, ondulado y peinado hacia atrás, con una chaqueta cruzada de mezclilla color beige y marrón, una corbata no muy bien anudada, y  un cigarrillo amarillento en la comisura de los labios.

Don Isaac en clase. Década de 1950

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Vicisitudes de la vejez, 16

Ya en casa, una vez más descansada y tranquila, habiendo tomado posesión de todos mis enseres materiales (de los que cada vez paso más, aunque alguien piense lo contrario) y cual niño que vuelve de un internado largo, retomo mis recuerdos más antiguos y queridos, los que dan mimbre a mi ser y constituyen (en el momento en que me encuentro) la urdimbre de mi vivir prestado (no me llamaré a engaño); enlazando todo lo que he sido (y soy) y el poco tiempo que me queda de existencia; pues estoy en los brazos de Dios hasta que Él quiera llevarme a su santa morada, en la que espero saludar, besar y abrazar a mis padres, hermanos, amigos, familiares, etc., para permanecer con ellos la vida eterna, sabiendo que ya no habrá posible contagio de ningún coronavirus ni nada que se le parezca. ¡Qué corta me parecerá allí mi existencia terrenal, aunque aquí sea de casi un siglo…!

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Dos nefastas actitudes

El ser humano, en su periplo y paradoja vital, va desarrollando y dejando huella de una serie de hábitos y actitudes, ante su entorno más inmediato, que son consuetudinarios a su efímera existencia y que dice mucho de las equivocaciones que continuamente comete al ir marcando falso territorio y/o volátil poder en su cotidiano proceder.

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Recuerdos de la SAFA – 5. La primera clase

Recuerdos de un safista – 5. La primera clase

La primera clase, de Matemáticas, marchó bien, sobre todo para alguien como yo que no tenía especial predilección por los números, por no decir que no los tragaba en absoluto. Pero Don B. explicó los polinomios de una manera que yo los entendía según los escribía en la pizarra. Y eso no me había pasado nunca.

Con su vozarrón enunciaba los elementos, los escribía y nos miraba con sus ojos oscuros que penetraban en nuestras mentes, y decía “¿Lo habéis entendido?” Y la verdad es que sí, lo entendía todo. Pero cuando empezamos a multiplicar, dividir y reducir polinomios, ya empecé a ver chiribitas en la pizarra… Yo tomaba notas aceleradas en mi bloc, para no perderme nada.

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UNA CRÓNICA TAURINA

Me asalta la memoria el recuerdo de las contadas ocasiones en las cuales tuve que cubrir la crónica gráfica de algunas corridas de toros habidas en ferias de mi pueblo.
Había que pedir los permisos de entrada y de ocupación de lugar en la contrabarrera, uno a la empresa y el otro a la “autoridad gubernativa” (que resultaba ser un inspector de policía y se los daba a quien le salía de su pistolera). Y digo lo tal porque a la hora de la verdad la contrabarrera estaba más concurrida que un andén de metro en hora punta.
Esos permisos lo eran para mi persona y la del crítico taurino que enviaba el periódico provincial. Así que cuando él llegaba, por la tarde ya, lo tenía todo bien gestionado. Por cierto que este buen señor siempre me “adelantaba” a quienes de los intervinientes en aquella tarde había que tener muy en cuenta.

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“Úbeda a plumilla”

Rebuscando en mi poblado (y siempre añorado) fondo de biblioteca, ya que el coronavirus nos ha proporcionado tanto tiempo útil, me encuentro con una joya pictórica que el Museo Arqueológico de Úbeda (siempre tan magnánimo en donar cultura y sabiduría a raudales), nos regaló allá por el año 2007 (desde el 21 de septiembre al 21 de octubre), a los visitantes que tuvimos a bien acercarnos por su sede (sita en una sorprendente casa mudéjar rescatada, en pleno corazón del entramado callejero ubetense antiguo), una amable y valiosa carpeta-gavilla en la que vienen contenidas, cual preseas artísticas preciadas y cazadas al vuelo del ambiente ubedí, diez maravillosas y sugestivas obras a plumilla del artista J. Carmelo; algunas de ellas vivo reflejo de entrañables escenas costumbristas ubetenses o monumentales.

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Recuerdos de la SAFA – 4. Vamos a clase

Recuerdos de la SAFA – 4. Vamos a clase

Hoy debería estar en Úbeda, celebrando con mis compañeros de clase el reencuentro cincuenta años después de despedirnos en la explanada de la SAFA, cada uno a su destino, fuese éste el que fuese. Y no son los recuerdos de ese último día, sino los del primero los que se amontonan desordenadamente en mi memoria, y el tiempo transcurrido hace que se mezclen con otros similares pero acaecidos años después.

Ese día primero lo abordamos con los ojos muy abiertos, con un plus de contención e incluso temor, porque todo era nuevo para nosotros. Pero sobre todo, al menos para mí, todo tenía unas dimensiones que me desbordaban: el dormitorio, la iglesia, el comedor, los pasillos,… todo era desproporcionado y severo, apabullante y llamativo. Intentaba comentar todo esto con los únicos amigos que tenía hasta ese momento, los dos que vinieron conmigo desde la SAFA de Riotinto, el chispeante N. y el formal S.G. Pero los dos estaban tan impactados como yo, y poco más podíamos decir de “¡Mira qué…!”

Ese primer día dedicamos el primer tramo horario a recibir instrucciones y a conocer las normas de la casa. Lo primero, el horario. Y vimos que empezaríamos temprano todos los días (a las 7:15), salvo los domingos (suspiro de alivio) que nos levantaríamos… a las 8:00 (puf!!). Los sábados era algo distinto: las mañanas como cualquier día, pero las tardes se apretaban un poco para permitir un breve paseo de poco más de hora y media.

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