Recuerdos de un safista – 3. El comedor
Tras la que me pareció interminable misa, formamos filas, dejando salir antes a los mayores, con lo que nos quedamos casi los últimos. Nos llevaron al comedor, bajando unas escaleras y atravesando un largo pasillo con ventanas a nuestra izquierda, que daban a un patio donde había unas canastas de baloncesto.
Entramos en un comedor enorme, con mesas de ocho, donde hay colocadas unas tazas de duralex y unos platos verdes de plástico. Sentados por riguroso orden, esperamos en total silencio a que unos niños mayores que nosotros repartan trozos de pan mientras otros cargan con unas enormes cafeteras metálicas, y van sirviendo un líquido oscuro y humeante, que me supo a algo intermedio entre un jarabe y un sopicaldo de hierbas. Eso sí, estaba calentito.