Recuerdos de la SAFA – 3. El comedor

Recuerdos de un safista – 3. El comedor

Tras la que me pareció interminable misa, formamos filas, dejando salir antes a los mayores, con lo que nos quedamos casi los últimos. Nos llevaron al comedor, bajando unas escaleras y atravesando un largo pasillo con ventanas a nuestra izquierda, que daban a un patio donde había unas canastas de baloncesto.

Comedor SAFA. Autoservicio.

Entramos en un comedor enorme, con mesas de ocho, donde hay colocadas unas tazas de duralex y unos platos verdes de plástico. Sentados por riguroso orden, esperamos en total silencio a que unos niños mayores que nosotros repartan trozos de pan mientras otros cargan con unas enormes cafeteras metálicas, y van sirviendo un líquido oscuro y humeante, que me supo a algo intermedio entre un jarabe y un sopicaldo de hierbas. Eso sí, estaba calentito.

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Recuerdos de la SAFA – 2. La misa.

Recuerdos de un safista – 2. La misa.

Esa primera noche en Úbeda se me hizo muy corta: cuando creía haber cogido el sueño (o eso me pareció a mí), un estruendo me despertó: el Hermano P. se movía por el pasillo instándonos a salir de la cama y vestirnos, pues en pocos minutos teníamos misa. ¿Misa? , ¿misa hoy, martes?, nos preguntábamos unos a otros. Un chico de Villanueva, ya experto en estas lides, nos musitó: sí, sí… En ese momento no podía imaginarme cuántos cientos de Glorias y de Kyrie Eleison me iba a tragar…

Había unos lavabos junto a la entrada, donde medio adormilados nos chapuzamos la cara y las manos, y corriendo nos colocaron en fila.

Internado. Lavabos.

Esto no era tanta novedad para mí, pues en la escuela se hacían filas para entrar y salir, pero no podía imaginar la precisión y marcialidad que llegaríamos a alcanzar en la SAFA. Nos dijeron: ¡ordenarse por estatura! Yo miré aquí y allá, y cuál no fue mi sorpresa al ver que tenía el dudoso honor de encabezar las filas con otro compañero de Montellano: éramos los más bajitos.

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Encuentro virtual AA. AA. SAFA 2020

Este año que la Asociación de los Antiguos Alumnos Safa de Úbeda (Jaén) había puesto tanto empeño y cogido carrerilla para tener un nuevo encuentro, sumamente importante y necesario, para el próximo primer fin de semana de junio, llega el coronavirus chino y lo echa todo a perder, esfumándolo y suprimiéndolo de un plumazo. Sé que no ha sido lo único (ni fue lo primero, ni será lo último) que ha desbaratado esta dichosa COVID-19, pero ha tenido triste desgracia que por la indiscutible Ley de Murphy («Si algo malo puede pasar, pasará»), sea esta generación de abnegados y sobresalientes safistas egresados de oficialía, maestría y magisterio desde hace medio siglo los que no puedan vestirse de largo y disfrutar de su momento álgido, pues les haya tocado bailar con la más fea y anularlo todo, cuando tanta ilusión y esperanza tenían en celebrar su merecido 50 aniversario y así poder mostrarnos y ejemplificarnos públicamente sus grandezas y vicisitudes, tanto en su estancia de formación en la casa madre, como a lo largo de su dilatada y triunfal vida profesional, con sus preparados y emotivos discursos.

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Recuerdos de la SAFA 1 : A resultas de un aniversario

Recuerdos de un safista – 1 : A resultas de un aniversario

A la hora de escribir estas líneas, debería estar preparando los detalles de un deseado viaje a Úbeda. Cosas sencillas: confirmar la reserva del hotel, mirar si hay alguna actividad interesante en esas fechas, buscar en las redes comentarios sobre algunos restaurantes para catar sus delicias, mandar algunos whatsapp a los amigos para quedar… Pero nada de eso se da ahora: una pandemia mundial ha borrado esas expectativas.

Íbamos a celebrar el 50º aniversario de haber terminado los estudios, y pensando, pensando me ha venido a las mientes cómo los había empezado.

Aún con cierta niebla en la memoria, recuerdo que mi primera imagen de Úbeda fue un muro de piedra con una verja metálica, una iglesia con un enorme mural en relieve, una explanada de tierra y un edificio con un arco de entrada. Era de noche y hacía frío, para ser principios de octubre. De pie, aferrando mi maleta de cartón con una soga atada para evitar que se abriera, esperaba que me indicasen qué hacer y a dónde ir. Miraba con los ojos como platos ese edificio y estaba muy atento a los compañeros mayores que yo, que se movían con envidiable soltura.

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Vicisitudes de la vejez, 14

Sigo rebobinando y buscando recuerdos y asideros para seguir agarrándome a la vida, por lo que ahora estoy reviviendo lo que en mi disco duro se cuece, el que ya lleva demasiado años funcionando; y, presionado por los tiempos que corren, no tengo más remedio que hablar de cuando estuve casi confinada en la huerta familiar, en los terrenos en los que hoy se asienta Carrefour de Úbeda (Jaén), durante los tres años de guerra (in)civil española (1936-39); con cierto parecido, pero más duro todavía, lógicamente, al confinamiento del que llevamos ya más de dos meses con el dichoso coronavirus chino importado. Entonces yo era una chiquilla, casi pollita o zangalitrona (como se le llamaba antiguamente en mi pueblo a las que van pintando ser muchachas, sin serlo totalmente), y subí contadas veces al pueblo, ya que estaba muy revuelto y la muerte acechaba en cualquier rincón, pues los odios se encontraban desatados. Siempre lo hice con mucho miedo y prevención y acompañada de mi padre o hermanos. Siento rememorar aquellos malos momentos que pasé, pero la vida es así y así he de contarla…

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Un parvulito ante el coronavirus

Llevo demasiado tiempo encerrado (mis padres y abuelos le llaman confinado), por lo que me gustaría contar lo que siento ante lo que nos ha metido el famoso coronavirus chino, del que ya me sé hasta su nombre científico de tanto oírlo: Covid-19…
Es curioso que, antes de que ocurriera todo esto, me advertían mis papás que tuviese cuidado con las pantallas de televisión, ordenadores o móviles porque eran peligrosas para mi salud física y mental, pues crean niños hiperactivos; y ahora veo cómo hasta los maestros (por imperativo legal, según me sopla mi mamá) han cogido esa herramienta para comunicarse conmigo y con el resto de mis “compas”; bueno, con mis padres y los de mis amigos, para que hagamos las tareas escolares como si estuviésemos en la escuela, pero sin mis amigos ni mi querida maestra que tanto me ayuda y quiero, a distancia. Hay hasta un día de la semana señalado, en el que nos conectamos todos, para hacer (o intentarlo, pues suele parecer más bien una jaula de grillos), una asamblea al estilo de la que hacíamos cuando llegábamos todas las mañanas al aula para darlos los buenos días y contarnos nuestras cosas. Antes, siempre me decían, que con el abuso de las pantallas se me podía dañar la vista y convertirme en un niño hiperactivo y ahora parece que se han olvidado de ello y han pasado al otro extremo. Me huelo que les está pasando como a casi todos los que mandan, pues, según les interesa, así actúan y razonan, cambiando de bando y parecer cada dos por tres.

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Úbeda y Sevilla, mis preferidas…

 

Llevo tantos años cabalgando estáticamente en esta Plaza Nueva sevillana (desde la década de 1920), habiendo tenido inmenso tiempo de elucubrar sobre mi glorioso pasado (con sus luces y sus sombras); ya casi diluido en el devenir eterno, que me gustaría compartir contigo, en la intimidad de tu hogar, amable lector, mis más íntimos sentimientos por esas dos joyas andaluzas que marcaron sendos hitos en mi devenir personal, conquistador e incluso milagrero, después de mi muerte.
Desde esta altura y bajo el firmamento de la eternidad he llegado a rememorar, una y otra vez, lo que fue mi vida y el regalo que Dios me dio al hacerme rey de esta tierra hispánica en la que moros y cristianos nos batimos en múltiples batallas para que la cruz y el cristianismo reinaran en nuestra piel de toro.

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Vicisitudes de la vejez, 13

Como no soy nada supersticiosa, el número de este capítulo de mi vida no va a suponer algo tétrico o nefasto para mi persona, sino todo contrario…
Les decía, en otro capítulo de esta serie, amables seguidores de mi vida, que me encontraba aislada en mi residencia de ancianos porque muchos de mis compañeros, más compañeras, caían como moscas por culpa del dichoso coronavirus chino, con gran pesar por mi parte y de sus familiares y amigos.

 

 

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