Vicisitudes de la vejez, 16

Ya en casa, una vez más descansada y tranquila, habiendo tomado posesión de todos mis enseres materiales (de los que cada vez paso más, aunque alguien piense lo contrario) y cual niño que vuelve de un internado largo, retomo mis recuerdos más antiguos y queridos, los que dan mimbre a mi ser y constituyen (en el momento en que me encuentro) la urdimbre de mi vivir prestado (no me llamaré a engaño); enlazando todo lo que he sido (y soy) y el poco tiempo que me queda de existencia; pues estoy en los brazos de Dios hasta que Él quiera llevarme a su santa morada, en la que espero saludar, besar y abrazar a mis padres, hermanos, amigos, familiares, etc., para permanecer con ellos la vida eterna, sabiendo que ya no habrá posible contagio de ningún coronavirus ni nada que se le parezca. ¡Qué corta me parecerá allí mi existencia terrenal, aunque aquí sea de casi un siglo…!

Continuar leyendo «Vicisitudes de la vejez, 16»