Me asalta la memoria el recuerdo de las contadas ocasiones en las cuales tuve que cubrir la crónica gráfica de algunas corridas de toros habidas en ferias de mi pueblo.
Había que pedir los permisos de entrada y de ocupación de lugar en la contrabarrera, uno a la empresa y el otro a la “autoridad gubernativa” (que resultaba ser un inspector de policía y se los daba a quien le salía de su pistolera). Y digo lo tal porque a la hora de la verdad la contrabarrera estaba más concurrida que un andén de metro en hora punta.
Esos permisos lo eran para mi persona y la del crítico taurino que enviaba el periódico provincial. Así que cuando él llegaba, por la tarde ya, lo tenía todo bien gestionado. Por cierto que este buen señor siempre me “adelantaba” a quienes de los intervinientes en aquella tarde había que tener muy en cuenta.