Por Fernando Sánchez Resa.
En aquel miércoles (27/5/2015), a pesar de que no fuera el día habitual de proyección semanal en el Cineclub “El Ambigú”, los cinéfilos de siempre íbamos dispuestos a ver otra hermosa y divertida película del alegre ciclo primaveral que nos tenían programado Andrés y Juan, que tanto monta: “Es grande ser joven” (It´s great to be joung, 1956), genuina y original obra de cine británico de gran encanto.
Juan nos explicó -sucintamente- el argumento y nos adelantó que, en un futuro, podríamos hacer algún ciclo de películas referidas a la escuela o colegios, pues hay muchas de esta temática y, como estábamos entre el público bastante gente de esta sagrada profesión -en activo o pasivo-, podríamos calibrarlas mejor. No quiso ser un spoiler contando todo el argumento. Remarcó simplemente la buena actuación del primer actor y de la clase de música que tanto lo quiere; y también de su contrario, el director, con esos cuadros musicales preciosos, aunque nos suenen un tanto anticuados por la lejanía del tiempo en que se realizó el filme. Esta película se ha replicado (remake, en inglés) varias veces en cuanto al tema (“Rebelión en las aulas”, etc.), habiéndose adaptado su emotivo guión en películas posteriores como “El Club de los Poetas Muertos”, “Escuela de Rock”, siempre imprimiéndoles nuevos matices, pero subyaciendo que al director no le gustara que un profesor tuviese buen feeling (‘sentimiento-relación’) con sus alumnos en la clase de música y, por eso, quiera largarlo, ya que era un gerente serio y ortodoxo que basaba todo su proyecto escolar en disciplina y más disciplina.
Mr. Dingle (John Mills) es un profesor enamorado de la docencia de la música en un severo colegio inglés. Por eso, usa métodos pedagógicos que no son convencionales; lo que no agrada al nuevo director del centro escolar, el señor Frome (Cecil Parker). Cuando éste descubre que aquél ha comprado nuevos instrumentos para el centro con ayuda de sus alumnos y toca el piano en un pub, quiere despedirlo, lo que provocará que los alumnos se rebelen…
Este film fue dirigido por Cyril Frankel y cuenta con las grandes actuaciones de John Mills y Cecil Parker en sus encontradas y difíciles interpretaciones.
Lo visionamos en V.O.S.E., en inglés con subtítulo en castellano, y la verdad es que nos resultó -a los pocos que estábamos en la sala- muy divertida y refrescante, pues llevábamos bastantes ciclos con cintas cinematográficas estupendas, pero cuyo final siempre era triste, fuese ficticio o real, como la vida misma, lo que nos hacía salir desanimados y cabizbajos del cinefórum. Sin embargo, esta película tiene una magia y una gracia especiales, al ser cine británico que constituye un verdadero documento de los colegios de aquella época.
También nos anunció -Andrés- que tenían pensado poner un ciclo de aventuras para los cuatro últimos jueves de junio, con películas destacadas, como los títulos siguientes: Los tres mosqueteros, Scaramouche, La isla del tesoro y Robín de los bosques; y que luego nos mandaría el cartel por correo electrónico o WhatsApp.
El cine antiguo tiene ese encanto: conforme pasa el tiempo, más se revaloriza. No es fácil ver -en pantalla o en la realidad- a un director de colegio que pueda reconocer sus equivocaciones ni a un profesor que es apreciado y respetado por sus alumnos tan efusivamente. Aún menos, a unos jóvenes que se muestran rebeldes interpretando música de jazz, además de clásica, ni a una muchacha consultar con un maestro lo que se siente al enamorarse. Por desgracia, cada día que pasa es menor el respeto debido entre los mismos estudiantes y hacia sus educadores. Al igual que la música actual, que se supone supuestamente rebelde, pues es difícil que sea estética y artísticamente buena. Tampoco resulta imaginable la inocencia y la ilusión en esas edades que retrata esta peli. Hoy en día, lo más seguro es que una adolescente consulte a un docente los métodos o medios anticonceptivos o un lugar donde pueda abortar sin que se enteren sus padres. Igualmente es factible que un menor se dedique más a pensar a quién convencerá para acostarse el fin de semana que a esperar a la princesa azul; o que su diversión de “finde” discurra más por la vía del consumo de alcohol que por la de leer o aprender a tocar un instrumento musical. Y si a eso le añadimos que un buen porcentaje de estas generaciones (el cincuenta por ciento), después de tanta preparación, van al paro directamente… Con este panorama, quizá no sea tan grande ser joven.
Ese día salimos todos eufóricos y satisfechos pues, además de la magnífica explicación de Juan, otra amable compañera se encargó de repartir dulces bolitas de anisete, que lleva siempre en su cajita de lata, para que la sesión cinematográfica resultase mucho más amena y sabrosa.
El aplauso final fue la guinda a la noche cinéfila vivida. Luego, cada cual marchó a sus ocios u obligaciones, paladeando íntimamente el filme visionado y rememorando su lejana juventud en la que el amor, la osadía, el color con que se veía la vida, el propio milagro de la existencia…, tenían un encanto especial, una coloración o tonalidad que, gracias a películas como la que estoy comentado, nos hacen volver la vista atrás y seguir pensando que cualquier tiempo pasado -y más, cuando se es joven y adolescente- siempre fue mejor; aunque, a veces, no sea todo lo cierto que nos gustaría…
Úbeda, 21 de agosto de 2019.