Don Juan Tenorio, 1

Por Fernando Sánchez Resa.

Me retrotraigo a la noche sevillana de 28 de noviembre de 2018, para relatar lo que fue la ruta teatralizada de don Juan Tenorio, que -al fin- se materializó, tras dos intentos fallidos, siendo la lluvia y el mal tiempo los auténticos culpables. Se ve que ese año tuvo cierto gafe su representación, pues estaba programada para la noche del 31 de octubre, como es costumbre en toda España, pero no pudo hacerse; ni la segunda vez tampoco. Sería al tercer intento cuando se llevó a cabo, según nos aclaró Dani, nuestro guía-presentador, con el agravante que el actor principal -que encarnaba a don Juan Tenorio- había tenido una torcedura de tobillo con su esguince correspondiente, por lo que hubo de ser sustituido -a última hora y a prisa y corriendo- por otro que habría de leer su papel, ya que no le daba tiempo a memorizarlo; y menos en verso.

Estábamos citados a las nueve de la noche en la plaza de la Virgen de los Reyes, con la sempiterna Giralda como hurí invitada, para vernos partir -después- hacia el afamado Barrio de Santa Cruz.

Allí pasó lista Dani y dio las primeras explicaciones, sin micro, puesto que en la parroquia de al lado estaban celebrando misa, relatándonos la vida de un vallisoletano universal que vino a parar a Sevilla para componer una obra de teatro que -con el tiempo- se haría muy famosa: don Juan Tenorio; y que tendría en cuenta la vida de muchos pillos de la ciudad y alguno más sobresaliente, como Miguel de Mañara, que -mujeriegos ellos- sabían conquistar corazones femeninos cual si fuesen cazadores de aves.

Empezó por contarnos que José Zorrilla estuvo casado, pero no se llevaba bien con su esposa, que era mayor que él; y, por eso, aprovechó para irse a “comprar tabaco”, como dijo jocosamente Dani, marchándose a México, en donde pudo tener fama y coger un puesto social relevante, pues le cayó bien a Maximiliano I, que era liberal como él, nombrándole director general de teatro o algo así. Por fin, Zorrilla pudo gozar de prestigio y un puesto de trabajo con buen sueldo; pero, por desgracia, le duró poco, regresando a España a manos de su mujer; y quizás porque también él era un mujeriego, como el protagonista de su obra teatral don Juan Tenorio.

Así mismo nos contó que su padre le obligó a volver a Valladolid y a cavar las viñas de su familia, puesto que no iba a las clases de derecho en la capital de España, que era para lo que lo había enviado, dedicándose -por el contrario- a frecuentar tertulias y encuentros literarios varios. Pero él se escapó, robando una mula y volviéndose a Madrid, por lo que fue perseguido, tanto por el padre como por la autoridad competente, pues había sido ladrón de una burra…

Y como José Zorrilla desarrolló su estancia en Sevilla, en ese afamado barrio, nos dirigimos hacia la plaza de la Alianza, para hacer la segunda parada allí, que era donde estaba situada la antigua judería, haciendo mención -por el camino- de los tres acontecimientos más importantes que ocurrieron en 1492, tanto para esta ciudad como para España: el descubrimiento de América, la conquista de Granada y la expulsión de los judíos.

La población judía nunca estuvo bien vista por el pueblo llano, porque gozaba de prebendas y privilegios que el rey y la nobleza les concedieron, siendo gente influyente algunos de ellos, y porque eran los prestatarios más fieles de las clases altas sociales y reales. Por eso, vivían ya en guetos, que les servían de refugio para no ser agredidos por del resto de la población cristiana, hasta que aprovecharon los cristianos para colgarles el sambenito de que ellos eran los causantes de la peste negra o amarilla, puesto que eran más limpios y aseados que los propios castellanos o cristianos. Y además, achacaban la enfermedad a cosas demoníacas o de los mismos judíos, porque éstos no las padecían o, en todo caso, en menor número o grado, ya que se aseaban y no les echaban la culpa a espíritus malignos, puesto que por entonces no se conocían las bacterias ni virus, causantes directos de estos padecimientos. ¡El remedio cristiano siempre era rezar y sacar a los santos, demonizando a los judíos!

Aprovechó, nuestro guía, para contarnos la leyenda de la bella Susona, apodo de Susana Ben Susón (sevillana del siglo XIV). Era una guapa judía que se enamoró y se puso novia con un apuesto militar cristiano, Diego de Merlo. Un día, al entrar en su casa (ella) y oír cómo estaban tramando una revuelta judía para hacerse los amos de Sevilla y no tener que pagar impuestos, aunque para ello tuviesen que matar a unos pocos y señalados nobles, militares, caballeros o religiosos cristianos, no tuvo otro pensamiento que revelárselo a su amado. Por eso, la hipotética matanza y revuelta judía fue abortada, siendo ahorcados o ajusticiados todos los componentes de su familia, incluyendo padre y hermanos, y permaneciendo -durante tres meses- sus cabezas colgadas para público escarnio de la población judía. Ella pronto rompió las relaciones con su novio cristiano e ingresó en un convento; y cuando salió para su casa, que estaba en esa afamada calle de la Susona, pidió en su testamento que pusiesen su calavera en la ventana para que todo el mundo recordase lo que hizo y nadie lo repitiese nunca más. La cabeza permaneció hasta el año 1600. En la actualidad, un azulejo muestra la calavera.

fernandosanchezresa@hotmail.com

Deja una respuesta