Las dos caras de Jano

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

He leído ya varias veces artículos y reflexiones acerca de un tema sin duda controvertido y tal vez hasta insoluble; es el tema de la exigencia de concordancia, o no necesidad de ello, entre lo personal y lo público.

Bien que lo personal entra en el universo de lo privado donde nada ni nadie debería arrogarse el derecho a intervenir en principio. Lo de cada uno es su patrimonio más o menos íntimo, según sus deseos y obrar, y se revelará si cada sujeto así lo quiere. Además, que se entra en el terreno de los deseos, las pasiones, los sueños e ilusiones, las decepciones y los triunfos, los laberintos más recónditos del alma o del cerebro. Es terreno complejo.

Alguien opinará que, dado lo anterior, no se explica que exista duda alguna en que lo privado y personal debe ser respetado escrupulosamente, como uno de los derechos fundamentales de la humanidad. Así viene estando establecido; cierto.

Mas hay veces en que lo privado se mezcla con lo público, de tal forma que lo uno influye en lo otro y viceversa, llegando a ser un todo ya inseparable en apariencia o realmente. Ejemplos de otros tiempos tenemos a mogollón: los reyes no distinguían entre lo uno o lo otro, principalmente en sus posesiones y riquezas, que eran del monarca a título privativo, fuese cual fuese el origen de las mismas.

Cuando el ejercicio de una labor, un trabajo, un mandato político afecta a lo público ¿habrá de contemplarse también su vertiente privada?

Hombre, a un ingeniero -por ejemplo- no creo que su vida y milagros privados afecten determinantemente a sus trabajos profesionales; podríamos decir que hay trabajos y profesiones en los que nunca tendrá incidencia notoria su privacidad. La cuestión de la ética y moral personal, con la actividad concreta y su repercusión o choque en la práctica, sería objeto de evaluación individual y consecuente decisión. Pero cuando estos trabajos, profesiones o dedicaciones tienen marcado carácter público y mucha influencia, si no exclusiva influencia, en la vida económica, social, religiosa, cultural y política, entonces sí que se habrá de contemplar la concordancia y no divergencia entre lo que se postula como bien público y lo que se practica en su ámbito privado.

Se ha usado abundantemente aquello de “lo de la mujer del César”… Como gesto y advertencia de la importancia que es llevar una vida privada que se asome sin contradicción a la escena pública. Por coherencia o por mera oportunidad. Los franceses, sin embargo, son al menos tan hipócritas o más que nosotros, que delimitan mucho la conducta privada de su presidente, sagradísima y tolerada, con respecto a su acción pública.

Surgen las biografías escandalosas de tribunos, padres de la patria, moralistas o religiosos tronantes, filósofos de utópicas visiones, poetas y literatos de pulidas e inmaculadas virtudes alcanzables, ensayistas y demás que, cuando escarban y dan a conocer los entresijos de sus más oscuras (o no tan oscuras) vidas personales, nos escandalizan. Y nos escandalizan porque ya se aplicaron bien estos sujetos en aleccionarnos, predicarnos, enseñarnos y conminarnos en las bondades de la virtud, la decencia, la honestidad, la belleza y el triunfo del bien sobre el mal y todos los fines cívicos deseables para que fuésemos unos virtuosos ciudadanos y mejores sujetos; y, sin embargo, todos y cada uno de los principios morales y éticos que nos aplicaban y exigían eran concienzudamente transgredidos por ellos, en un ejercicio mayúsculo de cinismo e hipocresía. Bien conocedores del “haz lo que yo diga, pero…”.

Diferencian de tal forma su vida y credo público con su vida y práctica privadas, que se diría que en realidad son personas con problemas mentales bastante graves. O son esquizofrénicos o bipolares, como mínimo. Esto se hace bien patente, cuando sucede, entre pensadores, religiosos de variados credos, filósofos que crean escuela, teóricos y prácticos en la política, literatos con ínfulas de emitir mensajes cívicos, pedagogos de salón, periodistas y humanistas en general; porque, en muchos, su finalidad es crear opinión, aleccionar a las masas (incluso dirigirlas) e incluso cambiar el sentido de la historia. Sí, son conscientes de su labor, conscientes de su continuada presión sobre los demás, conscientes del valor de sus teorías o de los efectos ideales de sus prácticas.

Luego, privadamente, muchos desmienten radicalmente tanto sus propias teorías como sus predicadas prácticas. Hacen todo lo contrario. Y -se dice- pecan (es un decir) porque el humano es débil; claro, la debilidad es cosa privativa y vergonzante si se muestra, porque se enseña y predica la fuerza de la masa, la fuerza de la fe, la fuerza del sacrificio en aras del bien común, que son fines absolutos a los que hay que dirigirse sin dudas.

A pesar de tanta teoría e intento, siempre se ha dado el caso del establecimiento de clases y castas, élites, que se han adjudicado prebendas y beneficios a los que el común no ha podido acceder; diferencias justificadas o por las responsabilidades, por las funciones, por la jerarquía adquirida o, meramente, por el acceso al poder. Quien manda, manda. Y los que en ello están, o pertenecen o se acercan a esos círculos de poderosos, siguen pontificando, teorizando, adoctrinando a la masa para lograr su conformismo cómplice e incluso penitente.

Poetas…, ¿qué nos transmiten los poetas…? Belleza, sensibilidad, imaginación, emociones, oficio y capacidad. Un mundo tal vez idealizado o tal vez sufriente; un mundo que se supone íntimo, vivencias a flor de piel frágiles y a veces poderosas; tendemos a creer que el mundo del poeta es “su” mundo y, en demasiadas cosas, es mera apariencia, mera tramoya o trampantojo para encandilar a sus lectores; mero artificio. Claro; si entendemos esa creatividad como esto último, todo está comprendido (por ejemplo, admitiríamos bellos poemas escritos por un pavoroso criminal).

Pintores y demás ¿deben acomodar su arte a su particular forma de ser y de vivir? Estaremos de acuerdo que lo uno no implica lo otro y, sin embargo, nos cuesta digerir la unión en la misma persona de un sensible creador de belleza y un vividor de bajos fondos. Pero, con frecuencia, se produce.

Stevenson ya lo planteó como dilema en su novela “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”;y los clásicos ya lo sabían, delimitando las dos caras de Jano.

Es difícil separar lo que conocemos y lo que pensamos de creadores y pensadores, según conocemos sus obras; de lo que creemos consecuentemente que son. Pero generalmente en esto, como en tantas cosas, andamos confundidos, si no totalmente engañados.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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