Dios

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Si Dios existe, entenderá lo que escribo.

Si Dios existe tal vez ni haga falta que yo escriba nada. Si se le cree omnisciente, a Dios no le haría ninguna falta que yo le escribiese lo que pienso, que él ya estaría dentro de mi mente y sabría de cabo a rabo todo. Pero si consideramos que esto no es posible, que Dios tiene otras cosas que hacer más importantes que estarse dentro de todas y cada una de nuestras mentes, y que no lo hace, pues estamos realmente limitando su poder o sus facultades divinas (que debieran ser absolutas).

Si Dios es pues omnisciente, lo sabe todo: lo pasado, lo presente y lo futuro.

Lo más importante de esto anterior es que si sabe lo porvenir, las cosas que pasarán y sus consecuencias, nos encontramos, pues, ante quien pudiendo evitar lo peor no lo hace ex profeso. Permite lo bueno pero también lo malo, lo justo y lo injusto, permite una especie de juego a la ruleta o a las cartas en el que lo principal es ver cómo y a quiénes les caen y lo que hacen con ellas. Y se lava las manos con indiferencia total, sea cual sea el resultado de las partidas.

Esa sabiduría aplicada a Dios se contradice con los ensayos y errores que se le achacan. Crea, pero luego se arrepiente; crea y se le revuelven sus propias creaciones; pareciera que adopta la clásica práctica científica del ensayo y del error como vía de progreso y de evolución. Vía, pues, imperfecta que no puede proceder de un ser perfecto. Dios no puede crear imperfecciones. Al considerarlo infalible, esto no se podría dar nunca. Y si se produce, entonces carece de infalibilidad.

Se le dice omnipotente. Lo puede, pues, todo. Con ese poder hace y deshace a voluntad. Al ser omnipotente, no puede, precisamente, permitir que nada se le oponga. Si lo hiciese, perdería esa facultad. Por lo tanto, la llamada libertad humana no puede ser más que una ilusión, que con la libertad el hombre puede ir contra Dios y cambiar sus designios, con lo que limita tanto la omnipotencia como la omnisciencia divina. El libre albedrío como excusa.

Aparte de ser el creador de todo lo que existe, lo cual se supone el principio de todo, debido a un acto de voluntad divina, las tres facultades anteriores deben ser inherentes a toda categoría divina, para serlo. Si no se poseen, no se es Dios. Y no puede haber ni contradicciones ni cortapisas.

Misericordioso y justo. Así también se dice de Dios. Y es difícil conjugar las dos cosas; que si es justo con todos, tanto los ofendidos como los ofensores (a unos reparando y a otros castigando) y, si perdona a los ofensores, no se está satisfaciendo la justicia de los ofendidos. Entonces se aduce que Dios obra según su voluntad y así la ejerce, con lo que se anula la facultad de ser justo con la de ser arbitrario. O sea, que no hay claras normas de juego, dependiendo el mismo del momento de ejercerlas y la voluntad interpretativa del árbitro. Nada menos divino que el ser caprichoso.

Si Dios existe, me temo que hemos querido ir muy lejos en su identificación, interpretación, análisis. O muy poco. Porque ha sido muy fácil hacernos con un Dios a nuestra imagen y semejanza.

Quiero decir que hemos invertido su ser y existencia al afirmar que “creó al hombre a su imagen y semejanza”, porque nos era más fácil entender al ser divino como uno de nosotros. Sí, hasta en lo físico. Luego le adjudicaríamos algunas potentes facultades, poco demostrables, y muchas cualidades humanas.

Dios celoso, vengativo, necesitado de ofrendas materiales y de actos de humillación para afirmar su ego, caprichoso en sus decisiones, clasista, mero referente de hordas fanáticas… Las emociones y sentimientos humanos adjudicados a la divinidad para así poder interpretarla, calmarla, premiarla o creernos sus deudores. Ira de Dios ciega y destructora o pronta a remitir, al dictado del carácter dominante o del momento elegido.

Cada civilización ha acudido a su Dios. O dioses. Porque es cierto que nos sentimos impotentes para explicarnos esta inmensidad, las cosas que nos rodean, el sentido que pretendemos encontrar a todos nuestros actos… Esa necesidad, tan humana, nos hace inventarnos un dios.

Pero siempre antropomorfos, sea en lo físico como en la personalidad, sentires, emociones, facultades mentales, pasiones. Irse a un Dios al que no pueda verse, sentirse, entenderse como nos entendemos los demás es para el humano cosa imposible. No tenemos la capacidad de abstraernos de tal forma y tan intensamente que lo divino no tenga ningún signo humano. En todas las religiones.

Que unas variantes identifiquen la divinidad con un ser terrible, sanguinario y vengativo que exija sacrificios humanos. Que, al contrario, sea amable, inclusiva, derrochadora de gracias y beneficios. Que sea múltiple e inasible, identificada en algunos seres vivos, sean vegetales, animales, lo natural que nos rodea, los fenómenos atmosféricos o geológicos. Se personifique en alguien que vivió entre los hombres o en unas almas errantes de los que ya nos abandonaron. Buscamos encontrar a Dios en algo que nos parezca comprensible, asimilable a la estrechez de nuestra mente.

Porque cuando tratamos de superarla, nos perdemos. Y, por ello, se han elaborado tantas religiones. Como las lenguas y las razas, según su diversificación y extensión. La estrechez nos ha colocado en la necesidad de la interpretación de lo desconocido. Y, como cuando se enseñaba lo imposible con dibujos, pinturas o formas evidentes, también se acudía paradójicamente al rito y al misterio, a la liturgia para asignarle una imprescindible capa de misterio que engendrase el poder de poseerlo en los que se apropiaban de lo divino; por eso hemos creído que nuestra mente nunca será capaz de alcanzar la verdad de lo inalcanzable.

Si existe Dios, no será, con seguridad, el que nos han transmitido y nos presentan o enseñan. Y menos todavía el de los criminales pederastas que obran en su nombre.

Porque no puede serlo. No vale aducir que como somos, nosotros, imperfectos, no podemos hacernos cargo en su totalidad de lo perfecto y, por ello, acudimos a sus representaciones y explicaciones, limitadas por la limitación de nuestras mentes, pero que en ello algo hay de verdad. Porque es que, además, un Dios no puede limitarse a sí mismo, permitiendo la limitación de sus fieles; y, menos todavía, declarándose solo Dios de quienes dicen seguirlo.

Porque si es universal, no puede ser sectario.

Y llegamos también a la infinitud. Que es infinito e inabarcable. Siempre existió y existirá. Eterno. Esto es condición indispensable, pues llegarse a un ser engendrado implica la tremenda pregunta (¿Qué fue antes, la gallina o el huevo?) y admitir el juego de las matrioskas rusas. Eternidad necesaria e incomprensible, por lo cual entendemos la “soledad” del Dios y su propensión humana a distraerse con iniciativas y creaciones variadas. Tal vez, el conocimiento del espacio universo nos diese alguna explicación; pero en este tema también andamos más bien cortos.

Sé que se me dirá que esto así escrito son simplismos. Que ya hay toda una ciencia para dilucidar estas cuestiones: la teología. Y teólogos ha habido y hay muy sesudos. Cierto. Mas, siempre al final, llegaremos a la cuestión principal: ¿quién ha visto a Dios? (Me refiero al real, caso de existir, no a un trampantojo, a una representación comprensible, o a algo demasiado parecido al humano para que sea verdad). Y se fundamenta la teología en mera fe.

Si Dios existe sabrá por qué escribo esto. Lo que no creo es que se encuentre en la necesidad de acudir a inspirarme en mi siguiente escrito. Aunque todo podría ser.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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