Por Fernando Sánchez Resa y Margarita Latorre García.
Margarita:
La época de estudiante de magisterio, en principio no sé cómo abordarla. Yo seguía siendo tímida, timidísima, y aunque venía del instituto, con un régimen —en 5º y 6º de bachillerato— de relacionarme con los varones, aquí todavía había más libertad.
Empecé a estudiar magisterio igual que tú, con 16 años, y a muchos de los que estaban allí ya los conocía. Tenía mis íntimas amigas: Rosa María Llinares, Rosarito Fernández—Montes y Maribel Jiménez Ruedas; y empecé a ver a algún que otro compañero de forma especial. Pero con mi timidez, la verdad es que ninguno se fijó en mí. Supongo que me verían muy cría. Después, al cabo de los años, he vuelto a ver a alguno de ellos y doy gracias de que no se fijaran en mí. ¡Cómo habían cambiado…!
Formé parte del coro y en él estaba “fichada” como solista, aunque la verdad creo que no ejercí o lo hice muy poco. También participé en la obra de teatro Hoy es fiesta, de Buero Vallejo.
De los profesores, qué os voy a decir: don Lisardo; don Jesús Moraleda; el padre Bel; el padre Mendoza; mi tío, don Manuel García Tejada; don Macario, del que muchas andaban enamoriscadas, aunque yo no entendía por qué —en fin, sobre los sentimientos no se manda fácilmente…—; y el más grande de todos, aunque él no nos daba clase: mi padre, don José Latorre Salmerón, al que, ya una vez jubilado, el padre Mendoza reclamó para que diese una charla a futuros maestros y la cosa resultó un completo éxito, pues la sembró de chistes, anécdotas y chascarrillos a los que era muy dado…
El primer curso me resultó académicamente bastante bien, pues yo era muy estudiosa, venía del instituto con fama de empollona. El segundo, ya no lo fue tanto. El cambio del sistema, al tener que hacernos nosotros los temas, copiando de aquí o de allá o de éste y aquél, que en resumen era lo que pasaba. Como digo, este sistema no me favoreció en lo más mínimo. Me sentía perdida en ese maremágnum y las puestas en común, con mi gran timidez, no me venían bien. Pero, todo no fue malo. En ese curso, con 17 años, conocí a mi Fernando, otro tímido, aunque algo menos que yo. Coincidimos en una de esas salas de copia de temas, uno frente a otro y luego nos fuimos viendo…, que si en un viaje a Cástulo —del que me enteré muy poco, no sé por qué—, que si en una película en el salón de actos (ya procuraba yo ponerme a su lado como fuese) o por la calle, haciéndome la encontradiza, etc., etc. Pero todo dentro de lo más recatado y siguiendo las normas de la decencia de la época.
Como he dicho anteriormente, el nuevo sistema me favoreció poco y además pinché en la reválida, lo que hizo que el grupo de amigas se dividiera. Rosa Mari y Rosarito pasaron a tercero, no así Maribel y yo, que lo hicimos al siguiente curso. Además, cuál no sería mi sorpresa cuando recibí una carta de la Escuela de Magisterio en la que se me exigía un trabajo para pasar a tercero, cuando yo ya había pasado a reválida, porque decían que había suspendido la actitud, con c; no así de la aptitud, con p, que andaba sobrada. Nuevamente mi timidez me jugaba una mala pasada.
En fin, hice el trabajo con mucha mala uva, pues no lo vi justo, y pasé a tercero e hice las prácticas remuneradas (creo que 12.500 pts. al trimestre) con las que me compré mi primer tocadiscos y unos LPs que tanto ansiaba.
A ti, Fernando, te fue mejor que a mí, ¿verdad?
Fernando:
La Safa siempre quiso ser pionera y punta de lanza en todo, como he dicho anteriormente, con sus puestas en común, sus libros comunitarios en las clases—biblioteca, con su actitud—aptitud (a partes iguales y de media) para la nota final de cada asignatura y su elaboración de unidades didácticas o trabajos encargados por los profesores a los discentes y que fueron fuente de copieteo continuado, aunque a su vez motivo y ocasión de encuentros múltiples entre las dos secciones de nuestro curso y otros cursos. En primero, también teníamos que hacer el albergue y el campamento obligatorios, durante el verano, que nos capacitaba para ser jefes o monitores de cualquiera de ellos; el viaje fin de carrera, que hicimos en segundo y para el que elegimos Galicia como lugar de destino, con Antonio Ortega y compañía ejerciendo ya de líderes destacados. El curso de prácticas, donde se produjo la dispersión de todos los compañeros, puesto que solamente nos veíamos ya algunas tardes, en una aula de la Safa, para recibir charlas de destacados profesores. Recuerdo a don Lisardo Torres Torres, que tanto influyó con su actitud y ejemplo para que yo cursara mi segunda carrera universitaria: Psicología, por la UNED; a don Juan Pasquau Guerrero, de quien este año se cumple el centenario de su nacimiento, hablándonos de su larga experiencia y sabiduría como entrañable y docto ubetense, con su ensimismamiento proverbial; la reválida en segundo curso, en La Normal de Jaén, que fue para mí otro acicate y aliciente para seguir estudiando, aunque ya tarde, al enterarme de que era la segunda mejor nota del curso…
Cada curso fue de una manera. En primero, al modo tradicional; en segundo, la enseñanza individualizada nos envolvió, incluso hicimos algunos viajes a Córdoba, a algunos colegios punteros, para ver su desarrollo y aprender de ello; y en tercero, cada cual buscó refugio en un colegio de EGB de referencia de Úbeda (yo, en el colegio Santísima Trinidad). En todos ellos fuimos haciendo nuevas amistades y cargando nuestro morral particular de experiencias docentes; algunos tuvimos la suerte de tener buenos maestros de aula que nos enseñaron mucho de la dinámica de grupos y del funcionamiento real de una clase, aunque otros dejaron bastante que desear, pues se ausentaban del aula o apenas hacían nada por enseñarnos y mostrarnos el camino más acertado. Siempre me acordaré del famoso viaje a Cástulo, en donde prendió la chispa de nuestro amor que no florecería hasta pasado mi servicio militar en Melilla y Chafarinas…
También fue una experiencia enriquecedora los roles playing —sin llegar a performances— que hicimos en las clases de segundo de magisterio, pues en la asignatura de Religión, por ejemplo, representábamos a distintos personajes religiosos como ser cristiano, musulmán, judío, etc. A mí me tocó ser musulmán, por cierto; bien recuerdo cómo todo el mundo le tiraba por entonces al cristiano, pues era lo que más conocíamos y lo que mejor podíamos y queríamos criticar. Así mismo, en primero y en horas extraescolares, nos juntábamos por grupos en el despacho del padre Bel con el fin de conocernos mejor, hablando de variados temas, perteneciendo cada cual al grupo que le apeteciese o sugiriese el padre Bel.
Seguro que tú tienes mucho más que contarnos de esos años…