Por Mariano Valcárcel González.
La historia del Libro de Job es una de esas en que uno sale pensando si lo que se cuenta es para aleccionarnos, acojonarnos o, meramente, es tan desatinada que mejor pasarla por alto como mera conseja de vieja ante la chimenea, en una noche invernal. Porque partimos de la existencia de un probo y honesto –a la vez que próspero– ganadero, beduino posiblemente en la tierra del desierto del Negeb actual, en el embudo que desemboca en el Mar Rojo; zona que denominaban “la tierra de Uz” en Edom, porque obviamente este personal no usaba de poblados ni ciudades.