Por Mariano Valcárcel González.
Miércoles de Ceniza.
Este año coincide con el proclamado Día de San Valentín.
Extraña y a la vez contradictoria coincidencia. No pueden ser más antagónicos los mensajes que estas onomásticas nos emiten. Es como aquello tan viejo del enfrentamiento entre Don Carnal y Doña Cuaresma. Vieja polémica entre la lucha de los gozos y las sombras.
“Polvo eres y en polvo te convertirás”… El símbolo de la ceniza, polvo de la combustión supuesta de ramas de olivo, planta santa, que tanto se administra en el sacramento de la extremaunción, como en este día seguido del martes de carnaval, que anuncia el comienzo del periodo litúrgico de la Cuaresma, preparación para la Pascua de Resurrección tras el sacrificio de la Pasión y Muerte de Jesús. Cuando nos marcaban con la cruz de ceniza en la frente, salíamos de la iglesia y procurábamos no tocarnos la señal, que estábamos en la supersticiosa creencia de que, si nos la borrábamos, cometíamos un pecado; cosas de aquellos tiempos.
La Cuaresma (cuarenta días, como se intuyen por el nombre) es una herencia del judaísmo, tiempo de expiación y sacrificio –supuestamente–, tras el cual, nuestras faltas y pecados deberían ser perdonados. Se justifica también en el recuerdo de la preparación que Jesús realizó, para luego empezar su tarea evangelizadora. Por lo tanto, igual pudiera ser fórmula de expiación y arrepentimiento de nuestros pecados como de preparación, para así poder obtener el perdón tras la justificación del sacrificio expiatorio del mismo Jesús. Imitación de Cristo, nada más y nada menos.
Al recordarnos que somos polvo y al mismo ser volveremos, no sabían nuestros clérigos cuánta razón tenían. Sí; a veces, esas intuiciones religiosas no son más que ramalazos, atisbos de una realidad que siempre estuvo ahí. Nuestras células, nuestra composición bioquímica no son más que elementos minerales debidamente combinados para el logro de lo que sucintamente llamamos “vida”. Tomados de otros animales, de las plantas que a su vez los toman del suelo, de la tierra, del polvo. Polvo mineral en el que volvemos a convertirnos de una u otra forma, por inhumación o cremación o, simplemente, putrefacción al aire libre.
Que el Génesis nos muestre a un Dios alfarero, muy ducho en moldeado y modelado de la forma humana masculina, no hace más que confirmar lo evidente. Tengo, sin embargo, mis dudas en lo que concierne a la fabricación de la mujer, que eso de la costilla del anterior queda un poco rudo, salvo la intencionalidad subyacente de manifestar la sumisión de esta ante aquel. Mucho ha dado de sí este tema y está dando.
Precisamente, porque sin la mujer poco se habría inventado a propósito del santo patrón de los enamorados. Sí, sí, de acuerdo; que ahora deberemos ver este asunto desde otra perspectiva, con otra visión más amplia y no exclusiva; mas el origen de la festividad valentiniana fue el de la pareja enamorada, o en proceso de estarlo, o con intenciones de restauración y conciliación, entre hombre y mujer. La rancia tradición tan reciente (¡qué paradoja, ¿eh?, rancia y reciente!) del Día de los Enamorados se dice que fue, ni más ni menos, un recurso del empresariado comercial, en especial el de los grandes almacenes, para vitalizar las ventas tras las rebajas de enero; se cuenta que fue idea de un tal Pepín Fernández, de las extintas Galerías Preciados, el ideólogo. A este tren se subieron toda clase de servicios, en especial la hostelería y los hoteleros, con sus cenas especiales, ofertas para parejas, y demás anzuelos en los que picar.
Parejas castas y ya, desde luego, menos castas; pero parejas al fin y al cabo que se suponen enamoradas y proclives al gozo de su amor y en su amor. Más carnales que penitenciales.
Pero, en este año 2018, coincide el inicio cuaresmal con la exaltación del amor. Grave problema para los creyentes y observadores de las normas. ¿Qué harían los chicos y chicas católicos plenos de amor y deseos en un día así, tan contradictorio? ¿Se dejarán llevar por la efeméride amorosa y la gozarán y celebrarán como se merece, incluidos actos públicos y privados, pensando que, total es solo un día y luego los demás cuaresmales son más y además son ya días corrientes? ¿O se ceñirán a lo mandado por la autoridad litúrgica y acudirán a la imposición de la ceniza, cruz marcada en sus frentes por el sacerdote de turno, entendiendo así que realmente es el inicio, sin excepciones, de un periodo de reflexión, de examen de conciencia y de sacrificio…? Y de castidad, no lo olvidemos.
Porque, en tiempos medievales y de dominio religioso, estaba prohibida la carne, sí; pero más todavía si se trataba de carne pecadora, humana, la que se solazaba en el fornicio. Así que agarraban a las prostitutas (que mire usted por dónde solían ejercer en casas habidas tras los templos) y las concentraban durante esos días, obligadas a asistir a los actos y prédicas cuaresmales. En Úbeda, el “arrecogimiento” se encontraba pegado a la Colegial de Santa María, la iglesia principal, sitio perfecto para llevarlas por el camino del arrepentimiento y, mejor, para que los varones no acudieran al olor del vicio.
Por estos días y venideros, se solía, antaño, aplicar el sistema de ejercicios espirituales. Ignacio de Loyola fue quien los estableció y sistematizó, siendo adoptados como modelo de reflexión y dirección espiritual de diversos colectivos, aplicados generalmente a grupos más o menos numerosos y de diversas extracciones económicas y sociales. Creo que, en esto, la intuición ignaciana se adelantó siglos a los modelos de dirección y manipulación de grupos, que luego los americanos han puesto muy de moda y han hecho imprescindibles para conseguir una buena dirección de empresas, para constituirse en un líder con poder sobre los demás, para lograr grupos cohesionados y convencidos en cualquier actividad o con cualquier finalidad (en especial la económica y la política). También veo, en las tácticas y modos de los seguidores de “la Obra” y de sus dirigentes, signos inequívocos del jesuita.
A nosotros, alumnos de un colegio de jesuitas, ciertamente, nos endilgaban por cuaresma unas sesiones de ejercicios espirituales que anulaban por unos días la actividad docente, exclusivamente orientada toda la actividad del centro a llevarnos por el buen redil ignaciano. Charlas, rezos y mucha estancia en la capilla mayor o en la auxiliar de los comedores, y mucho estar de rodillas en el duro banco de madera. Si no habías pecado, lo que era cosa imposible –claro está–, hasta llegabas a convencerte de que lo habías hecho y de ahí, a considerarte un gusano no digno del perdón, quedaba un escaso trecho.
Se dice que uno de los motivos, por los que Franco no dejaba que tocasen al padre Llanos (en su disidencia izquierdista), era que este le había dirigido en su día los ejercicios espirituales al general y su corte de El Pardo. ¡Qué no le habría inculcado el jesuita, que el dictador no se atrevió con él!