“Los pinares de la sierra”, 119

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6.- La puntilla.

A la vista de que tenía perdido el debate, el señor Romero cambió de táctica, miró a la concurrencia con expresión serena y le echó a Martín una mano por encima del hombro, de igual a igual, como dos amigos de la infancia.

―Mira, Martín, quizás hemos empezado con mal pie, pero no quiero parecer desconsiderado contigo; te aseguro que, debido a mi profesión, he conocido a muchas personas en mi vida. Ejecutivos y agentes de ventas a los que no les permitiría que regaran mis macetas en vacaciones; en cambio, tú y yo podríamos ser buenos amigos. ¿Sabes por qué? Porque, aunque estoy convencido de que te equivocas, me pareces una persona buena y decente. Y quiero decirte una cosa más: si haces bien este trabajo, si pones atención y sigues mis instrucciones, podrás llegar muy lejos en la vida.

―¿Qué quiere decir?

―Lo que quiero decir es que el hecho de que te guste hablar de ecología no es un obstáculo para que también puedas vender parcelas los fines de semana. Se puede ser un magnífico agente de ventas sin renunciar a actuar como ser humano. ¿Verdad que sí?

―Perdone, pero no le entiendo.

―Quiero decir, que lo uno no excluye a lo otro. Yo creo que charlar de ecología con alguien al que acabamos de conocer, no es el tema más adecuado cuando de lo que se trata es de vender una parcela; pero eso no impide que podamos interesarnos por los hijos, los sueños y las aspiraciones de nuestros clientes. Cuando una empresa pone una familia en nuestras manos, no espera que nos comportemos con ella como activistas de Greenpeace, sino como hombres de empresa íntegros y responsables. ¿De acuerdo?

―Sí, señor. En eso, estoy de acuerdo con usted. Antes ha dicho que le parezco una persona buena y decente, y ahora que debemos comportarnos como hombres de empresa íntegros y responsables. ¿Sabe lo que yo entiendo por integridad?

―Dínoslo tú.

―Pues decir la verdad y cumplir los compromisos. ¿No le parece? Eso es honestidad; lo demás son manejos, mentiras e hipocresía.

Romero acusó el golpe de su contrincante. Toda su fama de experto profesor se venía abajo ante los argumentos del muchacho y empezó a decir incoherencias.

─Pero, ¿quién demonios te has creído que eres? Por favor, cállate de una puta vez. No tolero que intente darme lecciones un mequetrefe como tú.

Sacó del bolsillo un bolígrafo BIC, lo elevó a la vista de todos y se puso a gritar.

―¿Ves este bolígrafo? Este bolígrafo es mucho más importante que tú y además no se queja. Si no te gusta este trabajo, déjalo. Hay montones de personas que darían cualquier cosa por ocupar tu puesto en Edén Park, y casi todas lo harían mejor que tú. Este es el camino más rápido para ser alguien en la vida y, sin embargo, tú no crees en él. Al contrario, te quejas, lo criticas y lo desprecias.

―Perdone, pero no creo que sea necesario gritar.

―¿Me quieres vacilar? Grito, porque quiero. ¿Te enteras? Y deja ya de protestar de una puta vez. Eres un flojo y un blandengue. ¿Por qué no muestras un poco de energía? Se necesita ser muy hombre para estar aquí.

―Este tío está como una cabra ―susurró Martín, regresando a su sitio—.

Blanco como la cera y con las gafas torcidas, el instructor fue examinando con la mirada, uno por uno, como si buscara en quién apoyarse o intentara ahondar en nuestros pensamientos. El aire de la sala se había hecho irrespirable por la densa niebla del humo de los cigarrillos, como si un designio, turbio y tristón, sobrevolara por encima de los presentes. En señal de protesta y tras algunos titubeos, los ocupantes de las sillas del fondo se pusieron en pie y empezaron a abandonar la sala, mientras el instructor, quieto, solo y en pie, en medio de la tribuna, observaba el desfile de los vendedores que abandonaban el recinto. El primero en salir fue “Martini Rojo”, rodeado de los compañeros de su equipo. Cerrábamos el desfile, Roque Fandiño, visiblemente afectado; el señor Velázquez, que le decía alguna cosa a la señorita Claudia; Paco y Soriano, dos vendedores nuevos; y yo.

Era una tarde desapacible, hostigada por un viento malhumorado, y poseída de ese ánimo, vago y tristón, que tienen algunas tardes al final del invierno.

roan82@gmail.com

 

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