Por Jesús López Román.
Profesor titular de Universidad.
7.3. La guerra civil castellana entre Pedro I y Enrique de Trastámara
Otra cuestión que perjudicó en gran medida a los hebreos, durante la segunda mitad del siglo XIV, fue la guerra civil provocada entre Pedro I y su hermanastro (1366-1369). Este último esgrimió, desde el principio de las hostilidades, la bandera antijudaica y su aparato de propaganda hacía circular el falso rumor que consideraba al legítimo monarca, don Pedro, como «un judío que protegía a sus hermanos de raza»(Suárez, 1980, pág. 185).
Los ejércitos trastamaristas ejercieron todo tipo de violencias contra las juderías de las ciudades y villas que ocupaban. Las tropas extranjeras (francesas) que apoyaban a Enrique de Trastámara e, incluso, las aliadas de Pedro I (inglesas) cometieron graves desmanes contra los hebreos. En los vaivenes de la guerra y especialmente cuando una ciudad cambiaba de bando, la población judía era perjudicada sistemáticamente por los ganadores con independencia del color político de los mismos. El año 1369, en el que resultó vencedor Enrique II, se caracterizó por una fiscalidad abusiva y casi imposible de ser soportada por las aljamas.
Sin embargo, una vez asegurada la corona, el nuevo monarca cambió de actitud porque le interesaba que los judíos continuaran aportando sus impuestos. También supo esquivar las duras condiciones que querían imponer los representantes de los concejos en las Cortes de Toro del año 1371. Esta corta etapa de tranquilidad para las comunidades israelitas sólo duró hasta el año 1375, en el que se inició la gran ofensiva que desembocaría en el desastre de 1391. A lo largo de 1375, tienen lugar las disputas y provocaciones del converso Juan de Valladolid, apoyado por una bula del Papa Gregorio XI que recriminaba a Enrique II por el apoyo prestado a los judíos, en detrimento de las tesis mantenidas por el mencionado predicador.
Los últimos años del reinado se caracterizaron por una intensificación de las hostilidades hacia las comunidades hebreas y por insistentes peticiones solicitando que fuesen eliminadas las multas o caloñasimpuestas a los concejos cuando aparecía asesinado algún judío en su territorio y no era hallado el culpable. Este ambiente de crispación se mantenía en pleno apogeo cuando accedió al trono Juan I en 1379. El nuevo rey «se limitaba a defender las disposiciones legales a favor de los préstamos y deudas o, en otras palabras, la capacidad de los judíos para pagar. Cedió, en cambio, a las demandas de cerrar las juderías y de intensificar las predicaciones» (Suárez, 1980, pág. 204).
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