“Los pinares de la sierra”, 96

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4.- Se sortea el televisor de color…, rojo.

La primera parcela que se vendió aquella mañana fue para Pepita y al señor Tomás, con la lógica satisfacción de María Luisa, que veía cómo la sociedad matrimonial empezaba a dar sus frutos. Y la segunda fue para el flamante “matrimonio de pega”. Es decir, para la señorita Claudia y Roque Fandiño. El desbordante entusiasmo que demostraban los recién casados, ayudó a vender otra parcela más, y, por supuesto, la del sorteo. A pesar del viento que agitaba con fuerza las copas de los pinos, la mañana resultó bastante aceptable y, tanto los visitantes como los vendedores, esperaban impacientes la rifa del televisor.

Con sumo cuidado, el señor Bueno colocó el aparato sobre una mesa plegable -como esas que se utilizan para ir de camping-, le quitó la funda, extendió las antenas y se dirigió a la concurrencia con una voz limpia y bien timbrada.

―Señoras, señores, estimados clientes, permítanme que me presente. Les habla Manuel Bueno, jefe de ventas de Edén Park en nombre de la promotora.

Una señora bajita -precisamente una que no había comprado-, interrumpió el discurso para exclamar con fuerza:

―Vamos al grano, que se hace tarde y tengo mucho frío.

El marido bajó la cabeza con resignación cristiana, y los demás se limitaron a censurar el hecho con la mirada, pero sin hacer comentarios.

―Señoras, señores, dilectos amigos ―insistió el señor Bueno― estamos a punto de hacer historia entre las empresas promotoras de suelo urbanizable. Hoy, por primera vez en la historia de Edén Park, sortearemos este moderno televisor para agradecerles que hayan tenido a bien honrarnos con su presencia.

Murmullos de aprobación entre el público.

―Un televisor en color…, rojo, para ver las aventuras del teniente Colombo ―se oyó decir a Paco—.

Ahora los aplausos fueron unánimes.

―A ver, los señores del fondo ―continuó el señor Bueno―, acérquense, por favor. Quisiera que valoraran el esfuerzo de la compañía a la que tengo el honor de representar, para organizar estas excursiones, recibir a estimables familias como ustedes, mostrarles este fantástico paraje natural, y entregarles estos sencillos obsequios, que tienen para nosotros un enorme valor sentimental. Todo lo hacemos sin el menor interés, con la ilusión de que a partir de ahora nos consideren unos amigos más y guarden un magnífico recuerdo de este día. Les pido disculpas si no hemos sido capaces de conseguirlo y agradezco, en nombre de la empresa, su amabilidad y su paciencia.

Aplausos, gritos, silbidos y muestras de entusiasmo entre los presentes.

―Finalmente, y para evitar malos entendidos, les recuerdo las normas del sorteo: en primer lugar, comprueben que el nombre del matrimonio esté escrito en la papeleta; pongan la firma de uno de los dos o una señal identificativa, y muéstrenla a los demás para que nadie dude de la limpieza del acto. ¿De acuerdo? Señores, ya pueden firmar los boletos y mostrarlos a los demás para que nadie dude de nuestro recto proceder.

―Mis clientes han firmado los dos ―dijo Paco, con la papeleta en la mano—.

―Nosotros hemos pintado un corazón atravesado por una flecha con nuestras iniciales. Es que nos acabamos de casar ―dijo la señorita Claudia mostrando la papeleta—.

―Y estos señores han hecho tres cruces bajo su nombre ―afirmó Velázquez—.

―De acuerdo ―concluyó el señor Bueno―; pues si todo está en orden, que empiece el sorteo y…, que Dios reparta suerte.

Entre las risas, los gritos y los aspavientos de los vendedores, las papeletas se depositaron en un cestito, se agitaron varias veces, y una niña muy pequeña procedió a la insaculación. En el momento en que, con la timidez propia de su edad, la mano inocente cogía el boleto ganador y se lo entregaba al señor Bueno, se hizo el silencio. Solo se oían los comentarios de Pepita, la dueña de la tienda de ultramarinos, que no callaba.

―Si nos toca, ya tiene mi marido un aparato para ver el fútbol en la habitación, y yo podré seguir la novela, tan tranquila, sentada en el sofá.

El jefe de ventas cogió el boleto con la mano izquierda; dio media vuelta y entregó a la peluquera el que llevaba en la mano derecha.

―Señora, haga el favor de leer el nombre de la familia afortunada.

Todos rodearon a María Luisa, mientras cuidadosamente desdoblaba la papeleta, a la espera de oír el nombre de los agraciados. Los nervios estaban a flor de piel y la inquietud había llegado a su máximo nivel. Por fin, la voz de la peluquera surgió del centro corrillo de personas que se arremolinaban en torno a ella:

―Los ganadores son… ¡Roque Fandiño y Claudia Morales!

roan82@gmail.com

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