Por Fernando Sánchez Resa.
Hay momentos y edades en los que el ser humano ha de centrarse en seguir los pasos del destino y nadie puede ni debe negarse a ello. Siempre le conducirán por la senda del deber cumplido.
Cuando uno es pequeño, sus padres van mostrándole el camino que seguir para hacerse una persona de provecho. Llegada cierta edad, uno mismo coge las riendas de su vida para entrar en la profesión elegida, a la vez que buscar nuevos enlaces de cariño con los que crear una nueva familia. Así van viniendo los hijos, a los que les vamos pasando el testigo que nuestros padres nos dieron, y que, a su vez, lo transmitirán a sus hijos, nuestros nietos; y así sucesivamente.
De esta manera, se va formando un vínculo de cariño y amor que puede domiciliarse en un determinado pueblo o ciudad; o, por el contrario, con la diáspora generalizada que nuestra sociedad actual alimenta, tener el corazón partido entre diferentes lugares del país en que vivimos; o, incluso, del planeta Tierra, pues ya no hay fronteras para ello.
Por eso yo, tan amante de mi familia y de la Úbeda de mis sueños y realidades, en donde cultura, monumentalidad e historia se dan la mano durante todo el año, he escogido vivir a caballo entre mi ciudad natal y la capital hispalense, para estar más cerca de mi querido nieto Abel, e implantar, en mi devenir de tranquilo jubilado, el eje viajero Úbeda-Sevilla, disfrutando por partida doble de toda la riqueza que albergan ambas ciudades (cada una con su propia idiosincrasia), pero que se han hermanado en mi corazón por mor de los indisolubles vínculos sanguíneos y amorosos que las unen.
Por eso, siempre me encontraréis contento y satisfecho en Sevilla, al abrigo de su esbelta Giralda; o en Úbeda, al amparo de la cúpula perfecta de la Sacra Capilla de El Salvador…
Úbeda, 6 de diciembre de 2017.