Por Fernando Sánchez Resa.
Desde que un tiempo a esta parte paseo asiduamente con mi nieto por el entramado de calles de la “Ciudad de los Cerros” -tanto del casco antiguo, como del moderno-, aprovechando el verano y las vacaciones estivales, voy reflexionando lo que nuestra ciudad debe mejorar para seguir siendo joya renacentista y Patrimonio de la Humanidad; y para que todo visitante se lleve un buen recuerdo de ella y quiera volver.
La primera de todas es la limpieza. Es de vergüenza que Úbeda esté, demasiadas veces, tan sucia, con restos que los propios paseantes no han sabido ni querido echar en las múltiples papeleras; o poblada de cacas de can que son la pandemia de cualquier ciudad civilizada en la que los perros son las mascotas favoritas que se han convertido en el centro de nuestras vidas.
La segunda, el pésimo asfaltado -mejor sería encementado o adoquinado- de muchas calles que andan descarnadas por doquier, y que muestran -cual huella indeleble- todas las obras y zanjas que han tenido que soportar.
Y otras: quitar pintadas por doquier; eliminar la excesiva suciedad de contenedores de todo tipo, activando con mayor rapidez su limpiado o desocupe; uniformar definitivamente los letreros de algunas de nuestras calles que están dobles -incluso triples, algunas-, con diferente colorido y tamaño, que ponen de manifiesto las distintas épocas o mandatos municipales que soportaron; el problema de las palomas en el casco antiguo…
Por más turbión de limpiadores que tenga el ayuntamiento, si las personas que vivimos aquí y/o nos visitan no damos muestras del civismo y la urbanidad necesarios, no habrá lugar limpio que podamos habitar.
Es paradójico que siempre se apele a la educación que es el vademécum de los políticos, en particular, y de la gente en general, pues precisamente, bastantes veces, no se predica con el buen ejemplo, haciendo todo lo contrario de lo correcto…
Y para qué hablar de la desgracia de ir perdiendo, a lo largo de décadas y años, edificios importantes o simplemente autóctonos y que sus restauraciones dejaron mucho que desear. Ahí tenemos el fiasco de la Plaza Vieja o del Reloj con su boca de metro siempre presente; los juzgados de Úbeda con sus rejas carcelarias y su palomar de fachada lateral; el edificio mamotrético de la antigua fábrica de harinas; el anodino sustituto del Palacio de los Saro de la calle Rastro que anda por EE UU; Palacio de los Aranda, cuyos restos fueron comprados por los Pickman y actualmente se pueden contemplar en el barrio de Santa Cruz de Sevilla, en la calle Lope de Rueda, 21; etc.
Mejor no seguir porque me pongo malo de pensarlo y escribirlo. Lo que se podía haber tenido y salvado para las generaciones posteriores ha caído menos por el inexorable tiempo y más por mor de la piqueta, del político ansioso y del particular pretencioso en modernizar su casa o palacio de una manera afrentosa y ultra moderna, trocando lo que nos dejaron nuestros mayores por anodinos edificios modernos del que hay repetidas ediciones en cualquier ciudad española, como ya ha referido en repetidas ocasiones Muñoz Molina.
Por eso, creo que debemos aprender a ser limpios y honrados, a ejercer los valores universales que parece que la sociedad postmoderna está olvidando. La clave siempre estará en lo mismo: infundir más civismo y urbanidad en la población desde pequeños; predicar –todos– con el buen ejemplo más que con eslóganes o carteles impactantes; tener más sentido de comunidad y de limpieza tomando la calle como si fuese nuestra propia casa…
Y por ello, llego a la conclusión final: que la tribu urbana actual no enseña ni colabora, pues cada cual va a lo suyo. No todo puede pasar -y quedarse- en impartir educación en los colegios y que luego no tenga correa de transmisión en la vida práctica y diaria.
¡Tenemos mucho que aprender e imitar de otras civilizaciones más avanzadas que la nuestra…!
Úbeda, 19 de agosto de 2017.