“Los pinares de la sierra”, 08

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2.- Un pluriempleo rentable y divertido.

Unos días más tarde, al regresar a casa me crucé con Paco. Estaba muy contento. Me dijo que entre el colmado y el pluriempleo, apenas podía abrir un libro; pero que la venta le iba de maravilla, y me invitó a una cerveza.

Por cierto, ¿tú no querías saber en qué consistía el trabajo?

Te dije que si no era muy difícil…, nada se pierde por probar.

No es esa la mejor forma de empezar una nueva actividad, pero te comprendo. La venta consiste en transmitir ilusión, en hacer creer al cliente que, a pesar del esfuerzo que supone comprar un producto, será feliz cuando lo consiga.

Y en riguroso secreto, me propuso que uno de aquellos días fuera a conocer las oficinas de la urbanización.

―Ahora estamos vendiendo un complejo residencial en el interior de la provincia de Gerona, entre Lloret y Blanes; lo acababan de inaugurar y tiene un nombre sonoro y sugerente: Edén Park. ¿Te gusta? Nos llevan y nos traen en autocar. Todo gratis. Los sábados almorzamos “monchetas con butifarra” en una masía cercana a la promoción, y los domingos unas yescas de jamón y “pa amb tomaquet”. Luego llevamos a los clientes a visitar la finca, armamos un poco de jaleo, y no hay día que no se vendan cuatro o cinco parcelitas. Es muy divertido. La empresa es muy solvente y las comisiones exorbitantes. No tienes más que ver la moto que me he comprado. El día que quieras, te la dejo para que des una vuelta y vaciles por la facultad. ¿Vale?

Me entregó una tarjeta con el nombre, el teléfono y la dirección de la empresa, y quedamos en volvernos a ver el martes por la tarde, frente a las oficinas, en la Avenida Diagonal, cerca del Paseo de san Juan.

Tuve que esperarlo unos quince minutos, porque Paquito, “El Chirla”, tenía la bonita costumbre de llegar siempre tarde. Tomamos un ascensor destartalado hasta el quinto piso y entramos en las oficinas por una puerta que siempre estaba abierta. Al fondo, había una salita de espera con dos sofás de piel, una mesita baja de mármol oscuro, una mampara de cristal, y unos pósters de La Costa Brava, con esos pinos cuyas ramas rozan las espumas de la playa. Me indicó con la vista que le siguiera, y llegamos por un largo pasillo hasta el aula de ventas, una sala con el suelo enmoquetado de color gris oscuro, presidida por una pantalla, junto a la pared del fondo, y diez o doce sillas para los espectadores. En una de las paredes laterales, alrededor de un diagrama de barras con el nombre y la cifra de ventas de los comerciales, se habían congregado siete u ocho vendedores con aspecto cansado, que comentaban los resultados de sus operaciones.

Había de varias edades: tres muchachos jóvenes, bulliciosos y charlatanes que, por pura chulería, se apostaban con los otros, que al final de trimestre estarían delante de ellos en el ranking de ventas; un señor mayor, con aspecto de viajante y zapatos de rejilla, para aliviar la quemazón de corretear de tienda en tienda, cargado con el muestrario y la maleta; una pareja, con pinta de funcionarios, miraba el cuadro con los ojos entornados, luciendo unos trajes arrugados y un nudo de corbata gastado y sucio a consecuencia del diario manoseo; y, finalmente, unos señores con cara de mangantes y granujas, que hablaban en voz baja, fumaban tabaco rubio, hacían bromas, discutían sobre comisiones, calculaban los ingresos del mes y aventuraban optimistas previsiones sobre los próximos resultados.

roan82@gmail.com

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