“Los pinares de la sierra”, 07

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

CAPÍTULO II

Llegué al banco poco antes de las doce y encontré sobre mi mesa una nota del señor Manubens.

─¿Se puede…? pregunté desde la puerta de su despacho–.

─¿Qué hay, jovencito? ¿Sabe qué hora es?

Jovencito era el título que el apoderado del banco nos daba a sus colaboradores.

─Sí, señor. Recuerde que ayer le pedí permiso para asistir al entierro de un familiar, y el acto se ha alargado más de lo previsto. ¿Desea usted alguna cosa?

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