“Barcos de papel” – Capítulo 29 g

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

7.- Ante el señor juez.

No me atrevía a coger el sobre. Pensaba que, si la policía lo descubría en mi poder, sería mi ruina; pero, al ver que los guardias regresaban, lo metió en el bolsillo de mi chaqueta como un relámpago, y no pude negarme. Los agentes le preguntaron al “Grillo” algo que no pude entender; y, en ese momento, me llamaron por el nombre y mis dos apellidos. Custodiado por dos policías, entré en un cuartucho sucio y mal iluminado, que tenía cerrada la ventana y olía a tabaco y a humedad de manera insoportable. El suelo era de terrazo barato: una combinación de baldosas blancas y negras, como un tablero de ajedrez. Parecía el desahogo de una bodega. Me indicaron una silla, y ellos se quedaron de pie, junto a la puerta. En un ambiente tan sórdido como aquel, me tranquilizó la agradable expresión del señor juez. Era un hombre mayor, con gafas, traje gris, corbata negra, enjuto, de aspecto cansado y somnoliento, que no dejaba de fumar.

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