“Barcos de papel” – Capítulo 22 d

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4.- Política y negocios.

Tardé una semana en llamar al señor Vilanova para no dar la impresión de que estaba dispuesto a comer en su mano como un perrito, y quedamos en vernos en su oficina un jueves a las diez de la mañana. Tenía el despacho en la Vía Augusta, esquina a Mariano Cubí, en el edificio Autopistas de la plaza de Gala Placidia; y recuerdo que llegué media hora tarde. Llamé a la puerta; estaba repasando unas facturas con un cigarrillo en la mano, de muy buen humor. A pesar de mi retraso, me tendió la mano con mucha ceremonia, me miró a los ojos y no pidió ninguna explicación.

—Pase, Alberto, pase. Hace un buen rato que le esperaba, pero comprendo que a su edad siempre hay cosas que hacer. Si le parece, vamos a sentarnos en estas butaquitas del rincón, en las que estaremos más cómodos. ¿Le apetece un café?

—Perdone… Bueno, sí; muchas gracias.

Cogió el teléfono, le pidió dos cafés a la secretaria, se arrellanó cómodamente en una de las butacas y empezó a hablar.

—Querido Alberto; usted me parece un joven noble y educado que, como no hace mucho tuve ocasión de comprobar, conoce el valor de la palabra de un hombre. ¿Estamos de acuerdo?

—Sí, señor.

—No sé si sabe que, hace unos años, Roser conoció a un chico del que prefiero no hablar. Era muy diferente a usted. Además de suspender, año tras año, la mayoría de asignaturas, decía que le gustaba la política. ¡La política! ¿Qué clase de política puede hacer un ignorante que no es capaz de acabar una carrera? Por cierto, ¿cuándo termina usted la suya?

—Estoy en tercero. Me quedan dos cursos, si todo sale bien.

—¿Si todo sale bien? ¿Pues cómo ha de salir? Dice Roser que sus calificaciones no bajan de notable, y que cuenta con alguna matrícula en su expediente. ¿Es cierto?

—Sí, señor. Los estudios no se me dan mal.

—Querido Alberto; fíjate que te hablo como si fueras hijo mío: no se te ocurra aficionarte a la política. Los políticos son como las cabras. ¿Conoces el refrán? «Por donde la cabra pasa, todo lo arrasa; y cabra en sembrado, peor que un nublado».

Los refranes me hicieron mucha gracia y me eché a reír. Eso le animó a seguir contando chascarrillos de cantina cuartelera. Decía que los políticos tenían una especial habilidad para acabar con todo.

—En palabras de mi abuelo: «Cuando alguien labra, aparece una cabra».

Cuando entró la secretaria con los cafés, nos encontró riendo a carcajada limpia. Puso las tazas sobre la mesa, y me preguntó si quería un poco de leche. Le dije que la leche me sienta fatal y salió del despacho. Al quedarnos solos, Vilanova continuó con el asunto.

—Le decía que los políticos arrasan con lo que se presente. Son como el caballo de Atila; pero, en lugar de pisar la hierba, se la comen. Se atreven con los solares, los asfaltos, los trenes, las autopistas, los aviones, los aeropuertos… Empiezan esquilmando a las familias con los impuestos y terminan arruinando a la sociedad. Ahora, gracias a Dios, gozamos en España de una etapa de paz y de esplendor; pero, en la vida, los buenos momentos son pasajeros. Franco tiene los días contados y, en cuanto cierre el ojo, vuelven los políticos al tajo. Ya lo verá, querido Alberto. Lo peor está por llegar y hay que estar preparado.

Hizo una pausa, como para centrar la atención, y cambió de asunto:

—Por cierto, me ha dicho Roser que su padre falleció siendo usted muy pequeño. ¿En qué trabajaba?

—Era militar —dije orgulloso, mirándole de frente con la mayor naturalidad—. Mi padre era instructor de vuelo en la escuela militar de San Javier y se estrelló con el avión en septiembre de 1959, cuando preparaba una exhibición para la fiesta de la Hispanidad. Yo tenía cinco años; pero recuerdo, perfectamente, aquellos días. Salió en todos los periódicos.

—Lo siento de corazón —dijo, aparentemente conmovido—.

—Muchas gracias, señor.

roan82@gmail.com

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