Por Fernando Sánchez Resa.
Acabamos de tomar el rancho del mediodía y nos instan a prepararnos para marchar a nadie sabe dónde. Sabiendo cómo va la guerra, intuimos que a la retaguardia. Estamos a 11 de marzo de 1939. Llegan los camiones y, en alocada carrera (que por suerte no nos despeñan o chocan con otros vehículos), vamos transitando entre densas nubes de polvo por desastrosas carreteras que nos llevan hacia el sur. Atravesamos Chinchón y Colmenar de Oreja, sin detenernos, hasta que, a media tarde, llegamos a Ocaña.