Por Dionisio Rodríguez Mejías.
2.- Alberto, ¿tú me quieres?
Aprendimos a calmar la pasión con los placeres naturales que hasta entonces nos habían prohibido. Le ayudé a quitarse el sujetador y después las braguitas, con mucho cuidado y emoción, como si tuviera miedo de que un error mío pudiera romper el encanto de aquel momento maravilloso. Me quedé un instante extasiado, contemplando su desnudez y su hermosura; pero, como suele suceder cuando no se cuenta con la experiencia necesaria, aquel encuentro también estuvo lleno de errores y torpezas, sobre todo al principio.