Por Fernando Sánchez Resa.
Además del hambre exagerada, había dos necesidades vitales que se dejaban ver en nuestra compañía: el calzado y la vestimenta… Era lastimoso y vergonzante comprobar que los soldados sólo tenían alpargatas destrozadas y harapos (al que llamaban traje o uniforme) para defenderse de las caminatas y del mal tiempo; lo que demostraba ser el colmo del abandono, del desastre y de la miseria. Yo tuve mejor suerte, gracias a Dios. Antes de salir de Martos, algunas caritativas almas me equiparon de ropa suficiente mientras yo me encargué de comprar dos pares de alpargatas (por 17 y 23 pesetas, respectivamente), que fueron un regalo en aquel tiempo de escasez.