Por Dionisio Rodríguez Mejías.
4.- Al cuidado de Pajarito.
Las riñas de la pareja nos servían de distracción. Katia le decía que era un sinsustancia y que bailaba con menos gracia que un albañil; y Balastegui la miraba con los ojos tiernos, y se marchaba a la calle cabizbajo; pero, al poco rato, regresaba y ella, al verlo tan compungido, le sonreía y se mostraba más cariñosa y menos exigente. Tan valiente con los delanteros de los equipos contrarios; y, en presencia de la chica, parecía un monaguillo. Se había acostumbrado a las regañinas y nunca replicaba: bajaba la cabeza y se echaba a reír. La verdad es que aquella chiquilla era más lista que el hambre y tenía unos ojos preciosos. Cuando Katia terminó de hablar, vino Olga a mi lado y me acercó la jaula. Ya me veía cuidando el ratón, mientras durara el viaje.