FAT

Por Mariano Valcárcel González.

Están ahí siempre, y los ves por todos lados y en cualquier época del año; pero nos son más evidentes ahora, en el verano, porque las características de la estación nos impele a verlos, a que sean más evidentes a nuestros ojos.

Me refiero a las personas gruesas, gordas y gordos. Obesas.

¡Quién nos iba a decir allá en la lejanía del siglo pasado que nuestro país se llenaría de personas con cierto sobrepeso o demasiado sobrepeso!, que nos admirábamos de lo gordos que nos parecían los norteamericanos (aparte de otras cosas) y lo achacábamos, creo que sin equivocarnos, a un defecto en su dieta, a una mala alimentación.

Proveníamos de décadas, si no siglos, de penurias sin cuento. En España había gordos, sí, pero todavía más había delgados si no esmirriados y escuálidos, tal que los gordos eran objeto de mofa; mucho más, de escarnio inmisericorde si lo eran ya en demasía. Recuerdo y me pienso cuánto debía penar en su migración de pueblo en pueblo una persona que llegó al mío, con obesidad mórbida que diríamos hoy, y que la chiquillería, con esa tremenda crueldad que proporciona la incultura y el deseo de humillar al débil, gritaba por las calles «¡Ballenaaaa, ballenaaaa!», generando la repuesta airada del hombre que, cuanto más respondía, más era insultado. Poco tiempo duró por mi pueblo, lo que aclara mi comentario sobre su peregrinación continua.

Había también unos falsos gordos de vientre hinchado, como observamos todavía en ciertas zonas abandonadas del interés del mundo, que así estaban por culpa sencillamente del puro hambre (y de la consiguiente malísima alimentación de la que se disponía). Pero los más ‑como escribo‑ andábanse hechos unos figurines. Nos cuentan que así estábamos por mor de la dieta mediterránea, tan saludable ella; pero, sin negar la mayor, yo afirmo que aquellas finuras se debían más a la escasez de alimento, que siempre se dijo aquello de «A la fuerza ahorcan». Colaboraba también a mantener la delgadez, la triste costumbre, en los varones, de beber en exceso vino y sin el oportuno acompañamiento, a pelo, con lo que el alcohol cronificado hacía su efecto en el metabolismo.

Por ello, observábamos ‑como digo‑ a esos americanos coloradotes y bien gruesos (que también había negros), fofos, tanques humanos de andares bamboleantes siempre; los creíamos al borde de una apoplejía, siempre con la comida en las manos, hamburguesas, perritos calientes… No sabíamos, aunque ya en aquella época hubo quienes intuían, que esas costumbres americanas nos iban a ir invadiendo poco a poco y comiéndonos el tarro hasta dejárnoslo agujereado. Que, tras las cocacolas (jarabe adictivo que sustituía a la tradicional gaseosa), vendría lo que al final vinimos a llamar comida basura;pero ese ejército venía con muchas más divisiones y pertrechos; que nos cayeron los fosquitos, los bollicaos, los donuts y toda la bollería industrial hiperazucarada y saturada de grasas que se empezó a administrar a la chiquillería como fórmula bien cómoda de proporcionarles el tentempié escolar sin demasiado esfuerzo.

Con estos cambios de costumbres y, por lo tanto, de dieta, era normal que cambiase la bioquímica y el metabolismo corporal, la administración de calorías y su posterior asimilación y acumulación; todo había de alterarse o cambiarse respecto a lo que se había conocido.

Si, además, la práctica de ejercicio no acompaña a tal exceso de ingesta, para lograr quemarla, pues la acumulación es inevitable. Los depósitos de grasa no hay quien los elimine. Dicen también que hay factores hereditarios, amén de los psicológicos que animan al desencadenamiento de este problema, que es verdad aquello de «Es que estoy así (de gordo o gorda) por los nervios».

Ver por calles, plazas, mercados, estaciones de autobús o tren, aeropuertos, cines de verano, piscinas o playas a personas con evidencias de exceso de peso es una cosa demasiado normal ahora, incluso con síntomas más que palpables de sobrepeso e incluso de obesidad mórbida. Ya, al menos, no se les insulta ni se les afrenta por las calles, pues son cosa de moneda corriente. Pero se dice, se cuenta, se publica, por activa y por pasiva que estamos ante un grave problema de alimentación y de costumbres que nos llevan a aumentar los riesgos de enfermedades complicadas e incluso mortales.

Yo no sé si no se pone remedio porque la industria de esos productos de alimentación industrial es muy poderosa o porque a la industria farmacéutica le interesa más vender solo placebos o semirremedios que no medicinas efectivas que controlen y eliminen estas enfermedades ya cronificadas, derivadas del consumo dicho. O sea, que no interesa de veras acabar con esta gallina de los huevos de oro. Estamos, pues, en manos de los traficantes de nuestra salud.

Tengo mi barriguilla, ahora, porque indica que ya me metí en le década de los sesenta, pero es cosa llevadera. Y aseguro que como menos que una ardilla. Así que en mi caso apenas si me preocupo.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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