Por Fernando Sánchez Resa.
Había diferentes hechos que demostraban que la cultura (en el bando rojo) era casi nula: la mitad de los soldados no sabía leer ni escribir y el resto apenas sabía estampar su nombre y apellido; incluso los jefes y oficiales tampoco la tenían, pues su vida no fue nunca de libros o estudios… Había bastantes ejemplos que lo demostraban: nuestro comisario político había sido antes camarero en un café malagueño; el jefe mayor de la Brigada, un simple chófer; y así podríamos seguir… Su falta de cultura e instrucción les obligaba a dejar los cargos de responsabilidad (como escribanías y contabilidad) en gente marcadamente de derechas; de ahí que los tuviesen constantemente vigilados… Por eso me dieron el puesto de enseñar a leer y escribir a los soldados (juntamente con otro maestro nacional), por lo que mi ocupación no era excesiva y me libraba de servicios en el cuartel y de peligros. Ejercía mi función durante dos horas diarias para, a continuación, repasar escritura y cálculo a cabos y sargentos, pues había sargentos propuestos para tenientes que no sabían dividir ni por una cifra, y otros sargentos que no sabían ni sumar…
En mi mucho tiempo libre, salía a pasear por las carreteras, mientras rezaba y oraba. A veces, acompañaba al capitán de la compañía (que había sido maestro nacional) en sus paseos y que era una bella persona. Otras veces, me escapaba sin permiso hacia Baeza, que distaba seis kilómetros. También me acercaba a Begíjar, donde tenía conocidos y amigos. Recuerdo el rato tan agradable que pasamos un Nochebuena, cuando fuimos invitados a cenar un cabo de la compañía y yo, a una casa amiga, mientras en el tiempo de la misa del gallo rezábamos el santo rosario…
La escapada mayor la realicé a Úbeda, que distaba 15 kilómetros. Fue el día de año nuevo. Después de comer, salí sin permiso, pues me lo habrían denegado; y, además, me hubiesen vigilado desde entonces… Hacía más de veintiún meses que faltaba de esta ciudad, desde aquella noche del Viernes Santo en la que tuve que huir, a la luz de una hermosa Luna llena, ya que nadie me quería recibir en su casa. Tomé el paquete de ropa que tenía demás (y que me estorbaba) y, en dos horas, me presenté allí.
Al llegar, me dirigí a la casa de la buena señora que tanto me había favorecido. Se alegraron todos al verme y me invitaron a una estupenda merienda, que tomé con apetito. Luego, visité a mi prior P. Jorge de Santa Teresa, que estaba en el asilo de ancianos. Qué susto pasaron las Hermanitas al preguntar por él un soldado, con su propio nombre y apellido, que nadie conocía…; por ello desvelé mi identidad y entonces salieron a saludarme el Padre, las Hermanitas y hasta la madre superiora, alegrándose mucho todos de verme, pues pensaban que me habían matado. Volví a casa de mi bienhechora un rato y tuve tiempo de salir para Baeza, con tan buena fortuna, que me pude subir a uno de los camiones que iban para allí. El trayecto a Lupión lo hice a pie, a pesar del frío y la espesísima niebla, rezando el rosario y mis oraciones. Eran las nueve de la noche cuando ya estaba en mi galponcito…
Úbeda, 30 de junio de 2015.