59. ¡A la guerra!

Por Fernando Sánchez Resa.

Llevaba tiempo rumoreándose (desde primeros de diciembre) que pronto íbamos a cambiar el pico y la pala por el fusil y la ametralladora, sin saber a las quintas que afectarían; aunque se esperaba que fuera a las más jóvenes… Por eso nadie se inmutó con la noticia, a pesar de que íbamos a un lugar más peligroso; pero ese cambio gustaba al fin…

Cuando al atardecer (del 10 de diciembre) volvíamos empapados del campo, bajo una lluvia torrencial, nos acuartelaron sin que pudiésemos cambiarnos de ropa pues la mayoría la teníamos fuera del cuartel. ¡Había que tener paciencia! No sería extraño que en los frentes de batalla hubiese que aguantar una lluvia de agua, juntamente con otra de balas y obuses…

Tras repartir el rancho y pasar la lista de costumbre, estuvimos encerrados en el cuartel hasta que leyeron las quintas que debíamos marchar: las de 1923 y 1924. Yo pertenecía a ésta última. Como nos dieron tres cuartos de hora para ir a recoger la ropa, aproveché para despedirme de mis amistades que quedaron pesarosas y contrariadas por mi ausencia forzosa. Yo los animé como pude y supe, mostrándome contento y animoso, alegando que no sabíamos cuál sería nuestra suerte. Y así se confirmó: a los pocos días me escribieron que un bombardeo había destruido nuestro cuartel…

Volvimos a la hora prefijada, cerraron el cuartel y estuvimos esperando a que llegase la hora de partir; que sería a las once. Mientras tanto, protestamos porque no querían darnos el pan del día siguiente que ya estaba en el cuartel; y aunque nos amenzaban, no cejamos en el empeño (¡qué más daba morir ya que días más tarde, en el frente!); hasta que lo conseguimos, aunque lo hicieron de mala gana, y nos fuimos del cuartel (uno a uno) con nuestros pequeños equipajes. Todavía llevábamos puesta nuestra ropa medio mojada, mientras seguía lloviendo y soplaba un fuerte viento del sudeste. Íbamos a paso ligero para entrar en calor y llevábamos, como única salvaguarda, nuestro buen humor…

Al llegar a la estación comprobamos que no había trenes ni treneros; por lo que no nos quedó más remedio que esperar (primero, en el andén; y luego, en las pequeñas salas de espera que se pudieron abrir). Y así pasamos una hora: durmiendo en medio del frío, sin que llegase ningún tren a recogernos…

Úbeda, 27 de junio de 2015.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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