Trabajo

Por Mariano Valcárcel González.

En este país deberíamos estar todos colocados, trabajando; que tajos hay para dar, tomar y rechazar… ¿Que no…, que miento como un bellaco…, que me he pasado al lado oscuro del oficialismo…? Puede.

Como no quiero ‑ni debo, ni me pinta‑ largar consignas, juicios o fraseología barata sin ton ni son, ni base sólida que los sostenga (y menos cuando no me ando en el club del botafumeiro), pues que ahora desgranaré en las siguientes líneas de dónde me saco yo lo que arriba afirmo.

¿No se han fijado ustedes en las veces y ocasiones en que se encuentran inermes ante cualquier contingencia…, en que se ven imposibilitados de solucionar ese problema que les surge y que antaño sí que eran capaces de solucionar y hasta con pericia y toque personal…?

En estos días, he hecho inventario del arsenal de herramientas que poseo ‑¡un tesoro!‑, que dos semanas me ha llevado revisarlo y colocarlo (y de paso constatar la cantidad de cosas inútiles que uno va acumulando), y admirarme de este almacén de ferretería aplicada. Todo por si las moscas, por si hace falta alguna herramienta para la chapuza. Que de esto se trata…: de tener herramienta necesaria para determinado caso. Y así, con cierto material a mano, te lanzabas a colocar un cableado, reparar un aparato, chapucear el auto (teniéndolo al día de aceite, bujías y otros menesteres de mantenimiento). Sí; hasta los muy atrevidos o verdaderos manitas se lanzaban a aventuras descocadas como apañar una estantería, “tunear” el coche o instalarse una alarma en la vivienda.

Eso que devino en llamarse “civilización del ocio” (¿alguien se acuerda de aquellos vaticinios?), ya lo practicábamos algunos en estos menesteres sencillos, siempre y cuando no se te complicase la labor; claro, que entonces podías invocar a todos los diablos, por haberte metido voluntariamente en tal berenjenal ‑productivo, porque economizábamos presupuesto‑. O lo encarecíamos, por culpa de lo escrito anteriormente. Así nos andábamos en estas inocentes entretentas.

Pongamos que ahora te fallan las bujías del auto. Antes te hacías de la llave adecuada al caso y las sacabas, las limpiabas o las reponías… y listo. ¿Te atreves hoy día a hacerlo…? ¡Qué va!, que ya no puedes, por la complejidad del diseño bujías‑inyectores y la delicadeza del sistema informático que rige el funcionamiento del vehículo; si lo alteras, no te andará ni aunque le empujes. Cuanto más se adelanta en el diseño y fabricación de estos autos, cuantas más prestaciones te brindan, más complejo es su arreglo.

Con los electrodomésticos pasaba lo mismo. Si eran pequeños, los abrías y les colocabas unos cablecillos, les hacías su soldadura y a tirar con ellos otra temporada. Casi siempre lo lograbas y si no…, pues lo dabas por bien empleado, por el rato que te había entretenido el dichoso aparatillo. Y hasta aprendías cosas. Si el tema ya era de más envergadura y te sentías sobrepasado, pues llamabas al técnico, que tenía recursos, material y herramientas; porque de eso se trataba, de tener la herramienta precisa (de ahí mi compulsión por hacerme con algunas).

Y los muebles los armabas, desarmabas (especialmente por los traslados sufridos); las lámparas las reparabas, las colgabas si eran de techo; anclabas estanterías, encolabas sillas y mesas… ¡Que eso lo hacemos ahora también ‑me dirán ustedes‑! Que existen esos Ikeas y semejantes, y nos brindan un mobiliario desarmado que cuesta Dios y el Cristo lograr armarlo, siguiendo las instrucciones adjuntas (múltiples piezas, tornillos, espigones, pasadores, arandelas…, todo ello tan bien detallado que por profuso es confuso). Hay que enfrentarse a un caso para jurarse no volver a pecar «por los siglos de los siglos, amén».

Los coches dependen de su centralita, y otros aparatos de uso cotidiano, también; centralita que, si falla o se va del todo, ya está todo listo; y si no hay técnico que te traiga una nueva y te la coloque, pues que se jodió el invento. Lavadoras, frigoríficos, hornos, placas cerámicas…, todo depende hoy día de la electrónica. Y ya no se arregla nada; se cambia lo que se puede si hay recambio, y santas pascuas; como santas pascuas habrá si no lo hay.

Aquí estamos inmersos en el mundo de la obsolescencia ‑programada, por supuesto‑, que nos obliga a tirar todo lo que debía seguir funcionando, pues más del noventa por ciento del aparato está intacto. Tiramos y contaminamos. Y tenemos montañas de contaminantes alrededor de nuestras ciudades.

¡Con la de trabajos y trabajadores que se podrían encontrar y crear, si se abordase el tema como es debido!

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

Deja una respuesta