Ya me he jubilado

Por Margarita Latorre García.

Cuando me enteré de que nuestra comida de despedida iba a ser en el Restaurante Asador de Santiago, me dije: «¡Qué casualidades tiene la vida! ¿Quién me iba a decir a mí, hace 55 años, que iba a empezar y acabar mi periplo escolar casi en el mismo sitio?». ¿Qué por qué digo esto…? Pues veréis, yo comencé a ir a la escuela con 5 añitos, aquí al lado, en el Hospital de Santiago, que era donde estaba el colegio de La Milagrosa. Ahí estuve hasta los 9 años, en que un día vino mi padre por mí para hacer el examen de ingreso y empezar a estudiar en el único instituto que entonces había: el San Juan de la Cruz. Allí, hice el bachiller de 6 años, aderezado con dos reválidas; y después pasé a Safa para hacer magisterio.

De mis años como alumna pequeña, poco puedo decir: me veo menuda, con mi uniforme gris, mi babi blanco, el cuello duro blanco (que a veces servía para refinar la punta del lápiz, con lo que mi madre tenía que volver a ponerlo en color), y los eternos zapatos Gorilas.

De la clase de párvulas, no recuerdo juguetes ni “plasti”; sólo muestras enormes y los nombres de mis dos señoritas: Mercedes y Socorro. Después, vinieron las monjas: primero, Sor Francisca; después, sor Magdalena; y, por último, sor Celia. No os asustéis, no voy a aburriros contando un montón de cosas. Sólo que recuerdo, entre otras: el recitado del catecismo; tablas y otras cantinelas, cuando alguna no se sabía algo; las largas cuentas de dividir; los rosarios y las labores de las tardes.

Aprendí pronto a leer y a hacer cuentas; con seis años ya sabía dividir, gracias (sobre todo) al esfuerzo de mis maestras y a la constante ayuda de mi padre que, como ya sabéis, fue un gran maestro.

En el instituto, me sigo viendo pequeña y pasando enormes miedos con la gimnasia, que nunca se me ha dado bien. Prefería tres exámenes seguidos, de lo que fuera, antes que una sola clase de gimnasia.

En la Safa hice magisterio; como bien sabéis: dos cursos de estudios, una reválida y un curso de prácticas pagadas (creo que unas 13 500 de las antiguas pesetas, por trimestre), que junto con unas clasecillas que había dado, me sirvieron para comprarme un tocadiscos y unos discos LP de vinilo, que entonces eran lo mejor; e incluso me sobró algo…

Y ya empecé a tomar contacto con nuestro “cole”, pues las prácticas las hice con Filo, M.ª José y Manuel Rodríguez; desde aquí, los siguientes 40 años, se han sucedido entre Torreperogil, Rus y Úbeda y, los últimos 25, con vosotros. En los tres colegios, entré siendo de las más jóvenes; aunque, en nuestro cole, he ido envejeciendo. ¿Os acordáis que al empezar los últimos cursos, siempre decía «Soy la más antigua, que no la más vieja»? En esta ocasión, sí he sido la más antigua y la más vieja.

Desde que empecé en nuestro colegio hasta ahora, las cosas han cambiado un montón. El horario de mañana y dos tardes, que tanto nos costó conseguir; la calefacción; el paso de la imprentilla de cola a la multicopista (y después a la fotocopiadora…); y ya, lo último: las pizarras digitales, ordenadores portátiles y tablets; medios de los que ya sabéis lo “amiga” que soy…

En fin, os doy las gracias a todos por acompañarme en este día tan especial y, sobre todo, por vuestro cariño y paciencia con mis defectos y miedos. También se las doy a los compañeros de todos los colegios por los que he pasado; en especial, a los del Virgen de Guadalupe, en el que me jubilo, pues en estos 25 años he trabajado a gusto, gracias a que he encontrado comprensión, cariño y ayuda.

Le doy las gracias a mi familia, que está hoy aquí, especialmente a los que han venido de lejos, por su presencia y apoyo; agradeciendo a mi hermano Pepe sus sentidos versos… A mis hijas, Margarita y Mónica, que han hecho un gran esfuerzo por acompañarme y por demostrarme su gran cariño. A mi esposo Fernando, al que conocí en Safa y con el que llevo 36 años, que han pasado volando; y al que agradezco sus sentidas palabras y su gran amor y paciencia en toda nuestra vida en común.

Estoy sumamente agradecida a mis padres, José y Francisca, a los que debo todo lo que soy; y a los que tanto quiero y echo muchísimo de menos. También agradezco a la comisión de nuestra jubilación, la de Miguel y mía, que ha hecho posible todo lo que estamos viviendo.

Por último, para que tengáis un recuerdo de mí, os doy este pequeño obsequio que he hecho yo misma y en el que quiero unir mi afición a la lectura y manualidades con los nuevos juguetes tecnológicos. Ya sé que todos (o casi todos) tenemos el famoso libro electrónico; pero aquí os regalo este punto de lectura, inspirado en los videojuegos y copiado de internet, por si alguna vez tenéis que usarlo.

Y nada más; sólo me resta pedir perdón al que haya podido molestar de lo que haya hecho o dicho a lo largo de estos años; y deciros que si alguna vez me necesitáis, para contar un cuento o cantar algo, ya sabéis dónde encontrarme.

Un beso muy fuerte y un gran abrazo para todos.

Margarita.

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