Reflexiones de una maestra

Por Margarita Latorre García.

Me llamo Margarita y vengo de una familia en la que ya había maestros: mi padre y varios tíos; por eso, como crecí en ese ambiente, estudié magisterio.

Una de las personas que más influyó ha sido mi padre, don José Latorre Salmerón, que fue un gran maestro. Siempre recordaré que, cuando el inspector visitaba su colegio de la Safa de Úbeda, el director lo llevaba a su clase, porque sabía que de allí saldría muy contento. Como yo he ejercido en el mismo pueblo que él (en Úbeda, principalmente), se me ha dado varias veces el caso de tener alumnos que eran hijos de los que habían sido de mi padre.

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Mi padre cumple cien años

Por Margarita Latorre García.

Sí, ya sé que este título parece una película de Almodóvar, pero no va por ahí el camino. Hoy, 17 de enero, día de san Antón, mi padre, José Latorre Salmerón, cumpliría cien años. Tal día como hoy, del año 1915, llegó al hogar del sargento Latorre Gómez el tercer retoño, mi padre. No sé si su nacimiento sería un poco decepcionante, pues era el tercer varón y creo que, al menos mi abuela y otras mujeres de la familia, hubiesen deseado una niña; pero se alegraron enormemente pues era sanote y con él cumplieron con un montón de familiares: su padre José, la tía Pepa (hermana de mi abuela) y el tío de ambas que las crió, al faltar su padre.

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Ya me he jubilado

Por Margarita Latorre García.

Cuando me enteré de que nuestra comida de despedida iba a ser en el Restaurante Asador de Santiago, me dije: «¡Qué casualidades tiene la vida! ¿Quién me iba a decir a mí, hace 55 años, que iba a empezar y acabar mi periplo escolar casi en el mismo sitio?». ¿Qué por qué digo esto…? Pues veréis, yo comencé a ir a la escuela con 5 añitos, aquí al lado, en el Hospital de Santiago, que era donde estaba el colegio de La Milagrosa. Ahí estuve hasta los 9 años, en que un día vino mi padre por mí para hacer el examen de ingreso y empezar a estudiar en el único instituto que entonces había: el San Juan de la Cruz. Allí, hice el bachiller de 6 años, aderezado con dos reválidas; y después pasé a Safa para hacer magisterio.

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Al abuelito Fernando

Por Margarita Latorre García.

Hoy es domingo, como el día en que usted marchó; así, de golpe. Nadie lo presentía; cada uno en su tarea, en su veraneo o en su viaje; y, de pronto, todo se trastocó, otra vez: la cuarta, este año. Había que despedir a alguien allegado: primero fue Paquita, mi madre; luego Rosarito, mi amiga; después, hace muy poco, el tito Antonio; y ahora, Fernando, el abuelo. Nadie lo esperaba; si acaso usted que siempre decía que notaba cómo le iban fallando las fuerzas y todo le costaba más trabajo.

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Te has ido demasiado pronto

El día de san Isidro me enteré de que ya te habías marchado…

Me llamó Rosa M.ª, nuestra común amiga, tu “compa” entrañable, y me lo dijo: «Rosarito murió el domingo de Resurrección (20 de abril)». Me quedé anonadada. Sabía que estabas enferma y que no ibas a mejor; pero, como eras tan animosa, esperaba que la cosa no fuera tan rápida y me diese tiempo a ir a verte este verano, ya que el anterior no pudo ser.

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¡Te quiero, mamá!

No sé por dónde empezar a hablaros de mi madre, que se nos ha ido hace muy pocos días. La pena que siento es tan grande que no sé si podré terminar este escrito. «Sólo sé mamá, que te quiero, que siempre te quise y que siempre te querré…».

Recuerdo cuando me contabas cosas de tu niñez; pues naciste en pleno carnaval de 1917, en Málaga, casi por casualidad. Por eso creo que eras tan vitalista y alegre, aunque además tenías un fuerte carácter. Si algo no te parecía bien, lo decías a las bravas o buscabas una solución, como aquella vez, siendo muy pequeña, que escribiste tu nombre y en vez de poner Tejada pusiste Tegada, y como tu abuelo dijo que no era así, tú le respondiste: «Pues así lo ponemos en mi colegio». Como éstas, hay un montón de anécdotas que algún día iré escribiendo, cuando tenga más fuerzas.

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Yudi

Yudi lleva muchos años fuera de nuestras vidas. Parece mentira que un ser tan pequeño, que no hablaba, ni reía, ni gritaba, y que sólo pasó siete u ocho años con nosotros llegara a sernos tan importante. Me parece verla con su pequeña talla, grandes orejas, ojos negros enormes y vivarachos, pelo corto de color canela y esos ladridos agudos, a veces alegres, a veces enfadados e incluso alguna vez lastimeros. Sí, efectivamente, Yudi era mi perra.

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El parvulito

¿Que quién soy yo?, pues Miguel; Migue no, ni Miguelito, ni Miguelín, ¡hasta ahí podíamos llegar!, ¡con lo que le costó a mi mamá que no me dijeran nombrajos! Me llamo Miguel y ya soy grande. Con el brazo estirado, le llego a mamá al hombro y además, ya voy al colegio, a la guardería no, a un cole de verdad donde hay muchos maestros. ¡Soy un parvulito!, bueno, ahora me llaman “alumno de infantil”, pero mi mamá dice que con mis años siempre se es un párvulo.

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