Los símbolos, ni tocarlos

Por Mariano Valcárcel González.

Leo que, en Cuba, la empresa nacional que fabrica artículos de cosmética y perfumería (empresa química, pues), por aquello de renovarse o morir, había ideado unas colonias para hombres con los excelsos nombres, tan varoniles y representativos de lo que debe ser el hombre revolucionario y comprometido, de Ernesto y Hugo. Ni que aclarar que ese Ernesto va por el Che y ese Hugo por el “pajarito” venezolano. Dos iconos.

Pues los gobernantes de la isla, que velan por la ortodoxia revolucionaria, han desautorizado totalmente tal iniciativa e incluso han expedientado a los sujetos responsables tan emprendedores e imaginativos. ¿Razón? Con los símbolos no se juega.

Los símbolos… intocables e incuestionables. Sagrados. Sí, sagrados en la integridad de la palabra. Blasfemias.

Religión. Religión establecida por fundadores carismáticos y también intocables y sagrados. Religión con su derecho canónico, sus reglas, su doctrina y sus intérpretes, sus sacerdotes y colectivos rectores, sus categorías y cuerpos venerables, sus fieles voluntarios y sus fieles forzados. Sus secretos inconfesables y sus culpas y redenciones. Sus actos de fe y sus purgas de disidentes, sus herejes y apóstatas… Y sus fanáticos.

Esta religión no difiere en nada de otras. Todo se reduce a fe, aceptación de la autoridad y marchar por las reglas establecidas, o sea, cumplir los mandamientos. Adorar al líder fundador y su santoral celeste (en la Corea del Norte cuidado, ni se os ocurra una broma) y cumplir con las obligaciones requeridas. Paz y amor; y odio al maligno. Que, como en toda religión, existe y no se va. Vigilancia. Pues no se sabe ni el día ni la hora en que atacará. Del maligno, ni agua, aunque la presente en vaso de oro; y, si se le acepta algún arrimo, es porque somos más poderosos y sabremos vencer la tentación. La tentación es poderosa, pero más poderosos son el líder y sus sacerdotes, que siempre han sabido (ahí está la doctrina) luchar y vencer las tentaciones, suyas y de los demás.

Si se quiere ser libre, dentro del mundo que dicta la religión mesiánica y revolucionaria establecida permanentemente, hay que entender lo que es la libertad, la verdadera, no la importada en propagandas que fomentan la individualidad, la iniciativa para el mero enriquecimiento y explotación de otros, el libertinaje de costumbres y la degradación de las personas. La libertad que canta el gran sacerdote es la que se obtiene siguiéndole. No hay otra.

Altares de la Patria, perfiles de nuestros santos, propaganda por doquier, banderas, pintadas y consignas en muros y en paredes, en carreteras, en plazas, en estaciones, en vehículos, en los medios de comunicación. ¡Presentes!, ¡venceremos! ¡Patria o muerte! (como un «¡Viva la muerte!» tan conocido y tan viejo…). Religión y promesa de salvación en un paraíso que nunca llega (ni en la tierra, ni en el cielo). Génesis marxista pasando por el éxodo purgativo de interpretación leninista y de ahí santos profetas sobrevenidos en facciones, cada cual con su liturgia y su evangelio, venerados y seguidos sin más, por la propia fuerza del mensaje y la ayuda de las armas.

Por supuesto que los partidos totalitarios fascistas también se nutren y se fundan bajo estas condiciones religiosas. Lealtad sin límites y fe inquebrantable (el Duce siempre tiene razón). El paradigma… Hitler.

Religiones que también están presentes en otros movimientos y partidos políticos y sociales. Que, cumpliendo las premisas básicas, todo deviene en lo mismo. Fe en el líder y seguimiento ciego (mientras sea líder, de acuerdo); cuerpo doctrinal más o menos claro, pero fundamentalmente inalterable; grupo de elegidos en torno al jefe (llamados muy zafiamente “palmeros”) y fieles. Por supuesto que, cuanto más estructura haya, más se expansione el grupo y llegue a más gente y más se consolide económica y socialmente (y logre montar entramados empresariales y de poder económico y clientelar a su favor), más importancia e influencia tendrá el carácter religioso del partido de marras. Y la religión refuerza adhesiones de convicción radical, siendo innecesario el espíritu crítico y el revisionismo flagelante.

Hoy, los supuestos partidos democráticos demuestran poca convicción de ello cuando se trata de sus estructuras internas, de sus niveles de poder y de mando. Si pueden… todo lo limitan a trampantojos. Y el poder se lo disputan en el sanedrín de los elegidos (por otros también ya elevados). Si hay un sumo sacerdote, en principio no se le cuestiona la enseñanza, y es más; si el pontífice máximo logra alzarse revestido de carisma, aunque sea inventado por sus pares, entonces ya ni se le cuestiona ni se le discute. Haga lo que haga y diga lo que diga. La misión de los inmediatos y por transmisión de todos sus fieles y seguidores es la de aprobación sin reserva. La crítica está prohibida y el que la ejercita es anatema. Por eso, se da la paradoja de contemplar que quien aceptó sin chistar ‑y aplaudió inclusive‑ las decisiones del anterior líder, en cuanto llega a serlo, no tiene empacho en revisar e incluso revocarlas. Y verá que de todas formas sus discípulos le aplauden. Cosas que tiene, esto de la religión.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

Deja una respuesta