Al abuelito Fernando

Por Margarita Latorre García.

Hoy es domingo, como el día en que usted marchó; así, de golpe. Nadie lo presentía; cada uno en su tarea, en su veraneo o en su viaje; y, de pronto, todo se trastocó, otra vez: la cuarta, este año. Había que despedir a alguien allegado: primero fue Paquita, mi madre; luego Rosarito, mi amiga; después, hace muy poco, el tito Antonio; y ahora, Fernando, el abuelo. Nadie lo esperaba; si acaso usted que siempre decía que notaba cómo le iban fallando las fuerzas y todo le costaba más trabajo.

Recuerdo, hace ya más de treinta años, cuando su hijo Fernando, entonces mi novio, me llevó a su piso para que les conociera. Yo estaba nerviosa, pues la ocasión lo requería. Me acogieron con simpatía y usted me tendió la mano para estrechar la mía; yo en vez de cogerla, me acerqué y le planté dos besos. Desde entonces, siempre que nos hemos visto, ése ha sido nuestro saludo y despedida. Incluso en el último adiós también deposité, en su frente de mármol, un beso y una caricia. Por desgracia ese tacto frío, único de la muerte, no es la primera vez que lo siento…

A lo largo de estos años han ocurrido muchas anécdotas. ¿Se acuerda de aquella vez, antes de casarnos, que fuimos a comprar, entre otras cosas, una batería de cocina y usted nos atendió? Nos sacó varios modelos, entre ellos la “Romántica” que era el último grito de la temporada, pero a mí no me gustó. Por fin, con algo de timidez y nerviosismo le dije que había una que me gustaba y, al señalársela en el escaparate, usted respondió: «Sí, ésa es la más cara». Por cierto, me la llevé y ese año, para mi santo, me regalaron una vajilla de diario de margaritas de Arcopal, de la que aún conservo bastantes piezas.

Siempre recordaré, con simpatía y ternura, la última, o mejor dicho, la penúltima vez que vistió su túnica de las Angustias; la última, ha sido para su viaje a los cielos. Esa penúltima vez fue para que mi pequeña Mónica (su nieta y ahijada) no saliera sola en la procesión, al fallarle su acompañante.

Me consta que usted ha sido, si no el mejor, uno de mis mejores lectores. Parece que le estoy viendo en la presentación de mi libro, leyéndolo allí mismo, con gran interés, mientras yo firmaba ejemplares o hablaba con alguien. Sé, que de vez en cuando los repasaba y volvía a decirle, a mi marido, que los cuentos le gustaban mucho.

Durante estos años, aunque nuestros pareceres no hayan coincidido del todo, hemos tenido buena relación. Su genio vivo, que a veces tanto me recordaba al de mi madre…; el programa “Saber y ganar”, que tanto le gustaba…; sus escritos, que mi marido corregía con mucho amor y paciencia…; su afición a las manualidades, plasmada sobre todo en esa habitación llena de rosarios, “La Rosariera”, hechos uno a uno por usted, que tantas horas le ocuparon, y de los que tuvo la satisfacción de saberlos en manos de mucha gente, no solo aquí en su pueblo, sino lejos, muy lejos: allí en Benín, en África, como si fuera un misionero más.

Se ha ido al cielo sin dar mucho que hacer, como quisiéramos irnos todos. Dios, a través de su Virgen de las Angustias, le ha concedido ese regalo que en tantas ocasiones le había pedido.

A veces, me pregunto, qué ocupación le habrán dado allí, pues usted (como mi madre) no sabía estarse quieto. Me lo imagino de jardinero por los campos celestiales, regando las plantas para que no se queden “sequitas”; o en los coros de ángeles, cantando en las festividades celestiales o, a lo mejor, de cronista oficial del cielo. Allí tendrá tiempo para lo que más le guste y nadie le pondrá pegas, porque se manche o ensucie el suelo. Pero sé que su mayor ocupación será velar, en especial, por su Manuela y por toda la familia que tanto le echamos en falta.

Todos nos acordamos del abuelito Fernando; a veces parece que lo vamos a ver por el pasillo viniendo de la cocina; otras, creemos encontrarlo en el salón leyendo, escribiendo, lijando, taladrando o uniendo huesos de aceitunas para confeccionar esos rosarios que en “La Rosariera” añoran a su dueño.

Querido abuelito Fernando. Sabemos que allí, donde esté el cielo, usted tendrá un sitio de los mejores junto a Dios, la Virgen y todos los santos; y que seguirá velando por nosotros y mandándonos todo su cariño. Aquí, ya sabe que nadie le olvida y que esperamos encontrarnos con usted en ese santo paraíso que, ahora, es su merecido hogar.

Úbeda, 28 de septiembre de 2014.

Deja una respuesta