Por Dionisio Rodríguez Mejías.
1.- ¿Adónde se dirige la feliz pareja?
Dos días más tarde, al regresar de una entrevista me encontré a “El Colilla”” en el bar de Saturnino. Antes de decir nada, bebió un trago de cerveza y encendió otro cigarrillo.
—¿Qué? ¿Lo has pensado ya?
—¿Qué tengo que pensar?
—¿Qué va a ser? Pues ese trabajo tan prestigioso que te ofrecieron las monjas.
—¿Por qué eres así? No se puede ir haciendo el rata por la vida ni criticar a todo el mundo.
—¡Hombre! Ahora que dices lo del rata: ya sé por qué tenías tanta prisa el otro día. Te vi cuando salías tan bien acompañado. ¿Adónde se dirigía la feliz pareja? ¿Te has enamorado? Ten cuidado, “Mosquito”. Mira bien la bicicleta, no te vayas a caer. Hay gente que engaña a primera vista.
—Me hace gracia que hables de engañar, tú que no le dices la verdad ni al médico. Y, por lo demás, no te preocupes. No soy ningún imbécil.
—Ni yo te digo que lo seas, pero cuando no se tiene nada que hacer, los días se hacen eternos y uno está dispuesto a cualquier cosa. Además, a ti te gusta la gente distinguida y hay que reconocer que, en esa materia, la chica se merece matrícula de honor. No lo olvides. Me da igual lo que hagas con tu vida, pero si quieres sufrir, sigue jugueteando. El interés por las cosas crece cuando las perdemos y nada sentimos más, que nos las quiten de las manos. ¿Lo entiendes?
—Joder, Emilio. Algunas veces hablas como mi abuela.
—Te lo digo por tu bien. Diviértete, pero con cuidado. Y como veo que no te gusta hablar del asunto, cambio de conversación. ¿Has pensado ya lo que te he dicho sobre las monjas? ¿No? Pues imbécil no serás, pero lento de reflejos sí que eres.
Y soltó una carcajada que hasta Saturnino levantó la cabeza para ver qué ocurría.
—Yo pienso despacio y tú piensas mal. No sé qué es peor.
Dejó el tono irónico, bajó la voz y me dijo con mucho énfasis.
—Voy a decirte una cosa que a lo mejor no te gusta. Bueno, casi seguro que no te va a gustar. Tú tienes cara de buena de persona y eso es negativo. ¡Una desgracia como otra! Por eso, la gente no te respeta. ¡Qué le vamos a hacer! Lo siento, pero es así. ¿Conoces a alguien que haya triunfado siendo buena persona? Nadie. ¿Verdad? Pues ahí lo tienes.
Apuró la cerveza y encendió otro cigarrillo. Entraron unos clientes y saludaron a Saturnino, que seguía inmóvil en su rincón, junto a la cafetera.
—¿Qué tal, Saturnino? ¿Cómo va la vida?
—Ya lo ven ustedes, aquí… con la faena.
—¿Y la mujer?
—Muy bien, gracias a Dios.
—Me alegro, hombre.
Nos levantamos, fuimos a la barra y “El Colilla” pidió la cuenta. Sonaron tres campanadas, en el reloj de los Encantes, entró una cuadrilla de clientes diciendo que aquel año el Barcelona arrasaría en la liga, y Saturnino se dirigió a ellos con la misma frase que utilizaba en estas ocasiones.
—¿Qué van a tomar los señores?