Creo que ya he comentado que por desgracia mi despiste congénito hace que marche por las calles enfrascado en lo que quiere dirigir mi turbia mente, que me domina y anula de tal forma que me cruzo con personas a las que debiera el saludo y no se lo brindo.
Pensarán que soy arrogante, antipático o mal educado; algunas, tal vez sabiéndolo o intuyéndolo (no esto, sino lo anterior), o porque me conceden el beneficio de la duda o su deferencia, me saludan antes que yo lo haga, contestándoles de inmediato manifestando mi sorpresa o confusión.
Sí, porque otro motivo por el que en apariencia niego el saludo es culpa de mi particular memoria, deficiente en cuanto se trata de colocar a cada sujeto en sus circunstancias identificativas, o sea, el quien es, cómo se llama, cuándo o de qué lo conozco… Así que puedo estar saludando a alguien, sin tenerlo localizado en mis archivos mentales. No es raro y por eso mi mujer, que se da cuenta de que algo falla, cuando ha pasado el momento me refresca los datos o simplemente se me ríe sabiendo que le he estado dando carrete a alguien a quien no recuerdo.
Como maestro en Úbeda y fuera de la misma he tenido mucho alumnado y no es raro que alguna vez haya sido abordado por un tiarrón que así, de sopetón, te interroga: «¿Es usted don Mariano?». Y uno no sabe qué decir, por si acaso, y a su vez inquiere: «A ver, dime lugar y colegio». Pues solo así puedo intentar explorar datos en el fondo de mi memoria, tan imperfecta.
Me da rabia, sin embargo, constatar cómo, en esta Úbeda tan pacata y clasista todavía, existen seres a los que eso de ser corteses les cuesta enorme trabajo. Seres que, perdónenme, se creen mierda y no llegan a pedo; y se ve que consideran que saludar a alguien que no es de su círculo social, que no tiene el supuesto pedigrí de clase, que han tenido, sin embargo, la suerte (mala, se ve) de coincidir por diversas causas con esos otros, ¡ay, por Dios!, nunca debieron mezclarse. Estas desgraciadas personas, que nada más que desprecio me inspiran, viven en sus parcelas sociales y lo que únicamente demuestran es mala educación. Son en realidad escoria, aunque eso nunca lo admitirían, muertos de hambre de absurdas apariencias, espectros de épocas pasadas llenos de herrumbre moral y mental.
Se contaba por mi pueblo una anécdota que puede aclararnos lo que escribo:
Terminaron unos cursillos de cristiandad en la capital provincial, de varios días, y el autobús los descargó en la ciudad ubetense. Al bajarse, llenos de amor fraterno ‑digo yo‑, un paisano se despidió de otro que era un destacado profesional y como tal distinguido: «Adiós, Paco, hasta otra…». A lo que reaccionó el sujeto aludido prontamente: «Mira, en el cursillo he sido Paco; pero aquí, que no se te olvide, soy don Francisco». Y quedó corrido el simple.
Por mi trabajo, como dije, he tratado a bastantes personas, alumnos y padres, y en especial en mi periodo de la educación de adultos. A veces de extracción humilde. Tengo a gala que pasados los años todavía las hay que, cruzándose conmigo, y a pesar de mi despiste, se molestan en dedicarme un saludo. Gracias. Y desde acá las declaro sin ambages. Es lo bonito, lo que puede quedar posteriormente, lo que al fin justifica una vida y lo que de ella puede perdurar.
El recuerdo, aunque fuese efímero, mientras queda te mantiene. Sí, es lo que nos ata a este mundo material, mientras lo que quede de nosotros se extingue o apaga, se va perdiendo en el universo o por el universo. Somos lo que logramos consolidar de una forma u otra. Me temo que es por esto, en esta creencia, por lo que tantos y tantas laboran con ahínco, y lo visten de diversas formas y bajo diversas historias.
Perdurar en la memoria, era el ideal del hombre renacentista; buscar la gloria y la fama. En Úbeda, tenemos un ejemplo muy evidente en don Francisco de los Cobos. Acaparó cargos y honores con ambición desmedida; el poder en su trastienda le volvía loco, pero para asegurarse una vía en la posteridad qué mejor que levantar un monumento singular en su beneficio y memoria: la Sacra Capilla del Salvador del Mundo. Me diréis que es un templo funerario, su panteón particular dentro de sus creencias católicas, pero el fondo de la intencionalidad es lo dicho. Como hicieron tantos otros.
Un simple saludo puede ser un humilde escalón hacia el futuro.