39. Hora del rancho

Tras despedirnos, se marcha el oficial y bajo a los patios, que son cuatro y bien soleados. Allí hay más de mil hombres, tanto de toda la provincia de Jaén como de algunos pueblos de Córdoba y Granada. Bastantes son religiosos: Misioneros del Corazón de María, Paúles, Trinitarios, Salesianos, Hermanos Maristas y sacerdotes seculares. No hay ningún compañero carmelita, puesto que los habían trasladado a la catedral, que también se ha habilitado como prisión. Saludo a los que conozco y paseo largo tiempo con ellos. Me da mucha alegría verlos allí, pues creía que estarían muertos…

Todos los días, poco antes del mediodía, aparecen los cabos de dormitorio con sus bolsas de pan para repartirlo; aunque suele faltar frecuentemente, por lo que se ha de engañar el hambre con otros entretenimientos… Gracias a Dios que en los primeros días de mi encarcelamiento sí lo hubo, por lo que pude satisfacer parte del hambre atrasada…

Y llegó la hora del rancho, cuando sonaron las cornetas. Rápidamente se formaron grupos de veinte personas alrededor de una olla grande de metal a la que llaman “gaveta”. Como todos llevan su plato y cuchara, me veo en la necesidad de intentar comprarlos en el economato, aunque solo encuentro una cuchara que me cuesta treinta y cinco céntimos. Entonces, improviso un plato, pues muchos compañeros ya lo han hecho, con una lata de escabeche que me prestan hasta que encuentre otro mejor… Como lo importante es comer, qué más da que sea en rica vajilla que en una herrumbrosa lata… Así armado, me acerco al grupo que me corresponde, donde veinte platos se encuentran alrededor de la gaveta. Mientras el cabo reparte el rancho, siendo lo más equitativo posible en cantidad y calidad, obligado está por los treinta y ocho ojos que lo miran y vigilan… Tras el reparto, cada cual coge su mejor sitio sentándose en el suelo (pues no hay asientos); aunque algunos comen de pie, sobre todo si no hay pan y con la mano izquierda se puede sujetar el plato…

Volverá a sonar la corneta, una vez haya finalizado la comida y se haya limpiado el plato en los grifos de los patios, para juntarnos en diferentes grupos, según los dormitorios, adentrándonos en las galerías, y encerrándonos en los dormitorios para echar la siesta, que unos aprovecharán para dormir, mientras que otros leerán o harán labores manuales.

Así va transcurriendo un día tras otro…

Úbeda, 4 de marzo de 2014.

 

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