Llevaba ingresado una semana, cuando recibí la ropa y el calzado que había pedido, con lo que mi aseo y limpieza fue mayor. Los días iban pasando monótonamente: durmiendo, paseando y comiendo el escaso alimento que nos daban; o encerrados en los dormitorios o jaulas de hierro…
Durante dos meses hube de acostumbrarme a lavarme la ropa con la abundante agua que había en el gran lavadero, pues yo no tenía posibles económicos para que lo hiciese una lavandera fuera de la cárcel.