Esto era una vez…
Un niño al que le encantaban tantas cosas: leer; dibujar (pues no paraba de hacerlo durante todo el tiempo, hasta cuando estaba en clase…); hacer problemas matemáticos y de cálculo; jugar y ganar al ajedrez; tocar la guitarra…; aunque su hiperactividad no le permitía parar un momento y, a veces, se olvidaba de lo importante… Tenía tan buenas cualidades intelectuales que en su colegio, al llegar a cierta edad, fue adelantado (un curso) para colmar sus ansias de saber… Pero lo que le atraía sobremanera era jugar continuamente con sus compañeros más traviesos; pues su impulsividad le pedía instalarse en el grupo de los más rebeldes, ya que la gente tranquila no le interesaba… Por eso, solía estar despistado y olvidaba lo correcto que tenía que hacer.
Hasta que llegó el día en que maduró (como lo hacen las frutas de la huerta), convirtiéndose en un niño exquisito; pues su trato, su vocabulario, sus ansias de tener amigos… le catapultaron, por fin, a ser el niño más completo de su clase: lo que le permitió centrarse y acceder a sus ansiados y merecidos estudios universitarios (siendo las matemáticas y los campeonatos de ajedrez sus aficiones más destacadas…).
Se hizo, rápidamente mayor, llegando a ser un profesional de renombre internacional, pues las universidades más prestigiosas del mundo civilizado se lo disputaban para que diese conferencias de lo mucho que sabía y de lo que su privilegiada inteligencia le dictaba…