¡Aquellos andaluces!

Era una noche de viernes, una de esas noches estivales en las que el aire te enciende por dentro. Yo no había cumplido aún los treinta años, y empezaba a salir con mi mujer. Eran tiempos difíciles, ardientes y apasionados; pero sin drogas, sin sida, y con todo el trabajo que fueras capaz de sacar adelante. Yo tenía una clase particular muy bien pagada, y a la salida de la clase había quedado con ella en una cafetería de la plaza de Calvo Sotelo hoy de Francesc Masià‑. El plan era ir a cenar, a beber, a bailar… Salgo de la clase, entro en la cafetería y me la encuentro en la barra hablando con un señor poco mayor que yo, alto, guapo, moreno, bien plantado, con un traje azul marino, corbata oscura y zapatos impecables, como de charol. Algo mosqueado, me lo quedo mirando, me fijo bien, me acerco y le digo: «Tú te llamas Lucas». Y él me contesta: «Y tú eres de la Safa». Y yo le digo: «Tú cantabas en la cuerda de los bajos». Y él me responde: «Y tú también estabas en el coro».

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