Los pájaros (27 de junio). Tampoco pude asistir a la proyección de esta película en su momento por coincidir con actos de fin de curso de mi colegio, pero ya en casa la he podido visionar (tranquilamente) a color, aunque en pantalla menos grande. Por amigos o familiares estaba enterado de que la vieron en blanco y negro (que impresiona todavía más), pues lo que el bromista de Hitchcock mete en el cuerpo al espectador es un miedo psicológico personal e intransferible. Como el que siente cualquier espectador sensible, una vez finiquitada la visión de esta película: cada vez que ve un pájaro (especialmente si es gaviota o cuervo) le vienen a la cabeza las crudas y neuróticas imágenes de esta película, haciéndole creer que va a empezar de nuevo “la guerra del fin del mundo de las aves”…
El filme está basado en la novela “The Birds” de Daphne Du Maurier. Es una película estadounidense de 1963, de dos horas de duración, dirigida por Alfred Hitchcock que se inmortaliza con un cameo: apareciendo al comienzo del filme, saliendo de la tienda de mascotas con dos perros. Y va metiendo (en el cuerpo y en la mente del espectador) el tema (basado en ciertos acontecimientos reales) de que las aves se rebelarán contra los seres humanos, especialmente en Bahía Bodega, cerca de San Francisco (donde se desarrolla la trama); con la excusa de que Melanie Daniels (Tippi Hedren), hija consentida de un magnate periodístico de San Francisco, queda impresionada por Mitch Brenner (Rod Taylor), un exitoso abogado, de quien ella se enamora a primera vista, aunque la abochorne en la pajarería de la señora MacGruder (Ruth McDevitt). En la localidad costera de Bahía Bodega, Melanie entra en el mundo de Lydia Brenner (Jessica Tandy), viuda y celosa madre de Mitch que la recibe como un peligro para su estabilidad y seguridad (siendo sus miedos fundados…) y de la pequeña Cathy Brenner (Veronica Cartwright), a quien le regala dos periquitos; yendo a llevárselos directamente a su casa en Bahía Bodega, que es donde Mitch pasa los fines de semana. Melanie queda atrapada entre el galanteo del abogado y el echarse encima todo el tema de los pájaros maléficos y asesinos, que comienzan primeramente atacándole a ella (una gaviota solitaria), cuando cruza el lago en una barca, y van incrementando su maldad y gregarismo hacia ese pueblo y sus habitantes…
He podido apreciar bastantes detalles interesantes: su final abierto, que deja a la imaginación del espectador para que se devane mentalmente lo que ocurriría realmente (si se salvarían o no del ataque, si volvería a ocurrir, el porqué ha ocurrido…); el echarle la culpa a Melanie Daniels, por ser extranjera en Bahía Bodega, de lo que está ocurriendo con los pájaros (resaltando el prejuicio al forastero); las estudiadas miradas de las tres mujeres que flanquean (con su amor desorbitado) al protagonista masculino de la película: la celosa madre (Lydia Brenner), la maestra del pueblo (Annie Hayworth ‑Suzanne Pleshette‑) y la protagonista principal (Melanie Daniels); también se aprecia en sus semblantes y fotogramas los efectos especiales de la época (que todavía no se hacían con ordenador ni engañaban maravillosamente al más avispado espectador), sino que se nota cómo se van sobreponiendo imágenes en primeros y segundos planos, entremezclándolos, para dar la impresión de que los pájaros atacan a los humanos, cuando realmente no se rodaron así, y lo sabemos, hoy en día, por la dilatada cultura icónica que vamos teniendo todos.
En fin, el siempre y eterno cachondo Hitchcock, que juega con el espectador mediante sus imágenes y expresiones a través del juego y el suspense, muchas veces queriendo anticipar lo que el espectador prevé que va a ocurrir (haciéndole creer que es inteligente); y es porque ha sido llevado de su mano para que piense lo que está pensando, crea ver lo que está viendo y/o adivine lo que ya le ha anticipado el gran cineasta Alfred Hitchcock.
Me hubiera impresionado aún más verla en blanco y negro; aunque, a cambio, he disfrutado de la belleza exultante de las actrices, de los tiernos colores del campo, de la ciudad y de la playa por lo que he pasado un rato expectante, pensando cómo iba a acabar esta cinta cinematográfica con todos los cabos sueltos que Hitchcock va soltando a lo largo del filme, para que su visionado no sea un plácido juego de niños ni una certeza matemática en la que se sabe cómo va a acabar todo…
El triángulo amoroso (y sus diferentes miradas: pérfidas, horrorizadas, enamoradas, tiernas…, tomadas varias veces en primeros planos) que forman la madre posesiva, la conformada maestra y la despechada y enamorada rubia alrededor del protagonista principal sirve para darse cuenta cuán difícil es la relación entre ellas tres…
La cinta es una pura obsesión (hecha película) en la que los humanos están a merced de la furia de los pájaros y continuamente soliviantados por lo inaudito del caso: que unifiquen criterio y fines para ir matando o asustando a los humanos… Alfred Hitchcock es un cineasta sobresaliente en el suspense, presentando esta “imprescindible” película que nadie debería perderse… No es el terror y el suspense de las películas actuales donde la sangre, los efectos especiales…, están servidos impecablemente, como si te los fueses a encontrar a la vuelta de la esquina en cualquier entorno especial o cotidiano; lo que aquí se muestra es algo más inteligente, más visceral (cual broma macabra) que su director nos presenta como si tal cosa…
El ataque de los pájaros en ese pueblo aislado ha sido objeto de interpretaciones de tipo simbólico: el enfrentamiento entre la palabra y el caos, el Apocalipsis que se consuma (plagas, seres alados, mujer adornada de oro, fornicación…); la sexualidad reprimida de la chica…; pero las aves probablemente sean un vehículo plástico y narrativo para los trucos del mago Hitchcock, que juega con los códigos del cine de terror, conjugando lo fantástico con lo milagroso; y traveseando con el miedo del ser humano a lo irreal y a lo inexplicable: el final abierto, la irracionalidad de los ataques, las perversas imágenes de los pájaros aleteando superpuestas sobre las bonitas estampas de Bodega Bay, el montaje abstracto de algunos planos… Todo en la película constituye una transgresión de lo cotidiano, una violación del orden sobre los que el ser humano asienta su existencia. Notoria y efectiva es la espectacular utilización de los efectos sonoros de movimientos de alas y graznidos de pájaros, coordinados por Bernard Herrmann, en un film carente totalmente de música y del The End (Fin).
Se expresa el miedo a lo desconocido, a lo incontrolable: al caos. Las increíbles reacciones de los pájaros constituyen un vapuleo al control de lo cotidiano, a manos de lo insólito: el individuo es zarandeado por el azar y su incapacidad para controlar la vida. En definitiva, su corolario sería: los pájaros no existen, son nuestros miedos…
Ya únicamente queda esperar que pase el tiempo inexorable, y que llegue pronto el nuevo curso cinematográfico, para reemprender el periplo cinéfilo que (sin lugar a dudas) ya nos tendrá preparado esa pareja de incondicionales amantes de la gran pantalla; y que estoy seguro nos sorprenderá (como siempre) con nuevos ciclos y novedosos enfoques de esa atrayente actividad en la que diversas piezas acoplables formarán un perfecto y compacto rompecabezas colaborativo: el excelentísimo Ayuntamiento de Úbeda, poniendo a disposición la sala de proyecciones en el hermoso y renacentista Hospital de Santiago (aunque nos vendría mucho mejor para esta actividad ‑como en pasados años‑ el Palacio Luis de la Cueva), así como el personal funcionario que nos atiende; el pueblo llano que asistirá como público fiel (esperemos que en mayor número…) todos los jueves del curso cinematográfico 2013-14; y la pieza más importante: los dos aficionados más sabios y enamorados del auténtico cine (Juan y Andrés), que saben mantener encendida (permanentemente) la brecha de la ilusión y el buen hacer, emplazando año tras año (y jueves tras jueves) al público ubetense para que “arda en ansias inflado” (como diría San Juan de la Cruz…), lentamente, en ese fuego cinematográfico que lleva bastantes años abrasando el corazón de nuestra genuina ciudad renacentista, capital cultural de la provincia jiennense; y que con esta y otras actividades afines se le va conociendo ya, allende de nuestras fronteras, como “Úbeda, Ciudad de Cine”…
Torre del Mar, 31 de agosto de 2013.