30. Interrogatorio y amenazas

Cuando había dicho mis oraciones y me disponía a descansar en soledad, vinieron a buscarme para que me bajase a la planta baja, donde había lumbre y pasaría mejor noche. Allí se encontraban un inspector con varios guardias municipales y algunos paisanos. Se hablaba de diversos asuntos, pero principalmente de la guerra y sus frentes. Al no interesarme estos temas, empecé a dormitar y pensé pasar así toda la noche; aunque me equivoqué, puesto que a las dos de la madrugada cambió el inspector, cuya cara y emblemas del partido comunista delataban lo que iba a suceder…

Al poco tiempo, empezó a interrogarme. Yo iba respondiendo de acuerdo con lo declarado ante el Tribunal y él lo iba apuntando trabajosamente en un papel. Me preguntaba, varias veces, lo mismo y yo le contestaba con serenidad, dándole detalles de pueblos y carreteras por las que había pasado (sin que, en verdad, lo hubiera hecho); pero la torpeza del inspector, cuya noción de geografía era nula, no descubrió mi fingimiento.

Siguió interrogándome y apuntado mis respuestas, incluso me registró los bolsillos para averiguar mi procedencia. Quiso enterarse de quién me había planchado el pañuelo que llevaba en el bolsillo y le respondí lo que quería oír; también examinó mi cabeza, que, aunque le pareció rara, nada dijo; y miró todos mis vestidos, pero no encontró nada, pues yo había tenido la precaución de haber quitado toda señal antes de salir de Úbeda. Revisó la bolsa donde llevaba la comida y le llamó la atención la forma del pan, diciéndole a los que allí estaban que parecía hecho en Úbeda… Luego, tomó mi gorra y, al ver el letrero “Alta Novedad”, pensó, el imbécil, que sería una fábrica de gorras; por lo que llamó por teléfono a la inspección de policía ubetense para preguntarlo; al decirle que no había tal fábrica, dio cuenta de que había detenido a un hombre llamado Miguel Arregui Zelayeta. Al contestarle que desconocían quién era o pudiese ser, el pobre no sabía lo que hacer.

Volvió a preguntarme las mismas cosas y fue confrontando mis respuestas, montando en cólera con amenazas e insultos; pues, además, le ponía más nervioso ver mi serenidad y tranquilidad. Por ello, como no se resignaba a perder, de nuevo me amenazó con mandar apalearme hasta que me dejasen muerto; aunque mi plan siguiese adelante…

Ya era el día de la Resurrección del Señor y estaba amaneciendo, por lo que era la hora de la Misa de la Aurora. En ese momento, me uno interiormente a los gozos y alegrías de la Iglesia… ¡Ya era hora de que cesase el interrogatorio y me dejasen en paz!

Úbeda, 28 de julio de 2013.

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