Crónicas marianas, 09

Había pensado en las anteriores crónicas, ocho en concreto, para rellenar de una forma algo amable estos meses del verano, tal que abandonara mi tono épicamente catastrófico con el que me mantengo enredado desde hace mucho tiempo. Me he quedado algo corto, porque el verano todavía colea y lo gordo se nos vendrá entrado ya septiembre, queramos o no.

Y, ¡córcholis! (¡qué cursilada!), no he recibido las salvas de aplausos que esperaba, las felicitaciones, los parabienes que ustedes/vosotros debieran haberme enviado, que por menos se les da jabón a otros que bien me sé. Así que he decidido prolongar un tantico la serie hasta el número diez.

Los guiris

Sí, los extranjeros, los turistas. Esos que levantaron la economía franquista allá por los sesenta del veinte; esos que empezaron a caer por nuestras costas a mansalva. Los que conmocionaron al mundo, tan ordenadamente mojigato, en el que se vivía. Los guiris son otra nota distintiva de nuestro periodo veraniego.

Se lanzan las campanas al vuelo en estos días, porque se constata que ha habido una afluencia muy importante de turistas extranjeros; tal, que se vuelve a la cifra de los mejores años del siglo pasado. Alemanes, ingleses y franceses principalmente, como siempre.

Han aprendido algo ya los guiris: no son tan crédulos como antaño, vienen aleccionados y con el colmillo retorcido. Se miran más los bolsillos. Ya se fueron los tiempos en que, con cuatro chorradillas con apariencia de tipical (y nos reíamos en sus barbas), se apañaban. Yo participé en algún montaje de ese tipo, bien que sin mala intención, en la Mallorca del inicio de los setenta. Acudíamos tres estrafalarios tipos a un garito, con mucho cartel de toros y mucho cañizo, barra tipo burladero, y que encima tenía un apartado con luces tipo disco, sombras más que luces, donde se metían las expediciones que un autobús de esos de Palma la nuit descargaba para un ratito; se les endilgaba tintorro macerado y nosotros, dirigidos por uno que decía tener el carné sindical adecuado, nos lanzábamos a palmear, a chillar más que cantar unas cuantas canciones latinas Sin idea ni orden ni concierto. Por unos cubatas lo hacíamos. Y así montaban los tinglados turísticos en la época…

Que creo no han cambiado sustancialmente. Los seguimos considerando lelos.

Y no lo son. Aparte de que ahora vienen otra vez, porque las circunstancias internacionales lo propician (y no por nuestra extraordinaria y renovada oferta). Es que eso de la fiestales sigue tirando: alcohol sin límite, noches locas, balconin(esto sí que es nuevo) y sexo. Y, desde luego, sol a tutiplén; que ponerse salmonetes y enseñar carnes es consustancial a su verano.

Eso fue lo que de veras revolucionó nuestra España. Las carnes al sol de las gachonas, rubiacas de ojos azules y largas piernas, desinhibidas, a las que los gañanes que trabajaban en los hoteles y restaurantes costeros trataban (y a veces, es verdad, conseguían) “machacárselas” por las bravas. Las nacionales encontraron que sus zagales volvían (cuando volvían) al pueblo más revolucionados y exigentes, e incluso más “didácticos”; y decidieron, en lo posible, seguirles los pasos a las valquirias.

También se siguen las prácticas de tratamiento especial a los paquetes de turistas de procedencia extranjera, que bien lo sé de buenas fuentes, discriminando en precios y trato a los naturales. Se supone (ahora eso se entiende), porque el turismo nacional ha caído en picado (¿qué se esperaba con lo que está cayendo y lo que quiere el tal Sostres que siga precipitándose?) y hay que atraer a los otros (todo incluido en los hoteles para ellos, no para españoles). Los guiris siguen sus prácticas de experiencia acendrada y a ello se siguen acomodando todos.

El turista (antes se denominaba así, en exclusiva, al extranjero) viene a pasarlo bien, desconectando con todo lo que signifique su monótona vida de industrioso y concienzudo trabajador, empresario, administrativo o docente individuo. Y una fórmula es terminar y empezar el día bebiendo (buenas jarras de cerveza, si puede ser del lado alemán), comer en abundancia lo que se permite de lo local, dormir o aletargarse en la hamaca y pasear con ligera ropa por los paseos marítimos (o seguir bebiendo en los salones del hotel, siguiendo con la vista a veces a las parejas especializadas en bailes de salón).

Sus jóvenes prefieren ir en manada, de poder hacerlo; y, en cuanto se les sube a la cabeza el mojito y la cerveza (y las ginebronas y los vodkas y güisquis de garrafón), destrozan lo que se les pone por delante o inician esa aventura balconin de descenso al descalabro. Salvo lo último, ahora novedoso, lo anterior ya lo hacían en otras épocas. Se les sigue dando gato por liebre.

Pero ellas, jovencitas o más maduras, siguen estimulando el imaginario (turbio y reprimido por generaciones) del españolito de a pie, el del sueño de una noche de verano para recordar durante toda la vida. Creo que pese a ese Erasmus que tanto ha colocado en el mundo a nuestros jóvenes, lo guiri de verano sigue en nuestro inventario ibérico.

O es sólo una calentura de mi descolocado cerebro.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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