Crónica de una entrañable celebración, 02

La música instrumental (Canon de Pachelbel; Jesus bleibet meine freude, Cantata 147 de J. S. Bach; Ave María de Schubert; Air de Bach; Adagio de Albinoni; y Marcha Nupcial de Mendelssohn) fue el dulce y delicado ungüento musical que necesitaba ese himeneo para coger su excelso brillo litúrgico, enriquecido ‑además‑ por escogidas lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento; así como por el impactante rito del matrimonio (con sus anillos y sus arras); los originales ruegos de los fieles y las estudiadas ofrendas; juntamente con la predicación del sacerdote oficiante, consiguieron que los sentimientos y emociones pulularan por todo el espacio vital de la iglesia, y por las mentes de todos los presentes, elevando una oración al Altísimo que había hecho posible tal unión; cual si todos estuviésemos en el mismísimo Cielo, junto a Dios, asistiendo a una celebración especial… Y, en verdad, que para mí ‑y para muchos de los asistentes‑ así lo fue, pues las sentidas y sinceras palabras ‑de memoria‑ de la novia hicieron honda huella en nuestros corazones…Cuando una amiga de la novia quiso echar una singular foto de familia, durante la prédica, la mirada‑regaño del cura la paralizó… Novios y padrinos comulgaron con las dos especies (pan y vino)…

A los abuelos de la novia (paternos y materna), que hicieron un gran esfuerzo por asistir a la boda de su nieta Margarita (por su avanzada edad), y demás familiares o amigos se les caía la baba, como a niños chicos…; y también alguna que otra lágrima de emoción y alegría…

A la salida del más genuino templo gótico ubetense, tras la ceremonia de la boda y su firma matrimonial en la sacristía, los invitados ‑a cuál más educado y no del todo formal‑ quisieron ser partícipes (especialmente los más jóvenes y dinámicos) lanzando arroz y lentejas (que tanto gustan a la novia; pero en la olla, claro…) a los recién casados, para desearles mucha suerte en su nupcial andadura.

El contento con la celebración religiosa vivida (tan fina, estudiada y culta…) más pareció un encuentro festivo, propio de otros credos religiosos; y se vivió como patrimonio de todos: novios, familiares e invitados amigos; como ocurrió después con la copa de espera, en las ruinas de San Francisco de Baeza; aunque allí casi todos fueron buscando el rayo de sol que cierta canción nos recuerda…

Los novios ‑especialmente la novia‑ no quisieron faltar a una cita ineludible: visitar a las carmelitas descalzas de Úbeda (sitas en la calle Montiel). Estas entrañables monjitas sienten un apego especial por la novia ‑mutuamente correspondido…‑ y se alegraron mucho al ver a los novios; aunque sintieron ‑como mujeres que son, al fin y al cabo‑ que esa visita les pillase en traje de faena y no de gala, como iba la novia… Sus desinteresadas oraciones y ofrecimientos contribuirán, a buen seguro, a que la felicidad y el amor de los esposos aumenten y fructifiquen…

La copa de espera tuvo su momento álgido gracias al soleado tiempo reinante, aunque acompañado con cierto fresco, que animaron los encuentros y las esperadas y sabrosas conversaciones, imprimiéndolos de un tinte locuaz y festivo… Fue ofrecida con exquisitos manjares (Delicias de La Loma…) y trasegada con escogidos caldos, haciendo del momento y del lugar una estampa de vida irrepetible y difícil de olvidar.

La comida fue larga y pausada, adobada de encuentros y conversaciones, como sutil complemento al entorno pétreo del claustro del Restaurante Vandelvira; quizás en homenaje a Margarita, la novia, eterna amante de la Historia del Arte (con mayúsculas).

Tres viajes de autobús (uno de ida y dos de vuelta) trasladaron al personal invitado, desde Úbeda a Baeza ‑y viceversa‑, que no quiso coger su coche para estar más libre en el momento de beber y apiparse” un tanto, pues la ocasión así lo requería… En el primero, el conductor se equivocó, pues creía debía llevarlos a la recta de la Torre (Las Carpas; donde, por cierto, también se celebraba otra boda). Menos mal que una conocida y querida amiga de los padres de la novia, siempre ojo avizor, rectificó el rumbo hacia su destino real, con parada en la Plaza del Pópulo…

A los postres, los novios fueron visitando a todos los invitados, mesa por mesa, departiendo; recogiendo regalos (el tradicional “sobre”…); fotografiándose con ellos; y regalándoles un par de recuerdos de su matrimonio: una botellita de aceite de oliva virgen extra de la tierra (Unioliva) con una literaria y acertada dedicatoria de Pablo Neruda (Aceite,/ tu inagotable paz,/ tu esencia verde,/ tu colmado tesoro/ que desciende/ desde los manantiales/ del olivo.); y, para las señoras o señoritas, una cajita con un anillo adaptable (de alambre de aluminio), en diferentes colores y formas, que tan amable y cariñosamente había preparado la madre de la novia, antes de las últimas navidades…

fernandosanchezresa@hotmail.com

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