Nubes

Me chiflan las nubes.

Es que voy por la calle y, en cuanto veo el cielo algo encapotado, se me van los ojos hacia arriba; en especial, cuando observo la combinación de nubes con monumentos (o partes de ellos). Vamos, es que me chiflo.

Alguien que me observe me verá con el cuello estirado y encogido alternativamente, dirigiendo la mirada, como he dicho, a los altos y a los bajos, no vaya a ser que en esas observaciones tan altas se me queden los pies enganchados en cualquiera de los baches que tan profusamente tenemos en Úbeda.

Claro, vuelvo a lo recurrente: si llevo la cámara fotográfica, me llevo dentro de la misma las vistas que mejor acomoden a mi sensibilidad. Y no me canso.

Si, en vez de estar en mi ciudad, estoy en otro lugar, habiendo nubes y entorno adecuado allí trataré de obtener algunas tomas fotográficas.

La valoración posterior (edición) de esas fotos siempre pasa por tratar de destacar los contrastes más dramáticos, obtener el “peso” del abrumador cielo que cae a plomo sobre lo que queda abajo. Sí, puede ser que el tema esté manido por lo convencional, pero no lo evito.

Ver esas nubes de formas grandes y contornos diversos e imprecisos, rizados, brillantes, cuando el sol los rodea o trata de escapar de entre ellas. El contraste enorme de luces y sombras, desgarradas a veces, que se eleva sobre los aleros, sobre las veletas, sobre las torres que pretenden, ¡infelices!, alcanzarlas para, tal vez, agujerearlas sin misericordia, todo ello siempre me es nuevo, admirable, reproducible. Y caigo una y otra vez en esa trampa.

En el mar, el cielo está más “ancho”y así también sus nubes. Cuando son lisas y plomizas, que lo abarcan todo, el paisaje es desolador, monótono, de una tristeza plana que no invita a quedarse. En cambio, con las grandes masas volátiles, ascendentes, algodonosas, es muy distinto, porque tal que así hacen que el mar ascienda. Y juegan con su superficie, cambiándole el color a manchas caprichosas, violentas a veces, siempre brillantes u opacas, o alternativas.

Recuerdo, y tengo pruebas, de una experiencia que realicé hace años.

Por entonces (lo digital no existía) yo trabajaba el procesamiento de película en blanco y negro y copias en un improvisado laboratorio personal; también, mientras me dejaron, en uno que monté en el Centro de Adultos. Estando en ello, procuré hacerme con chasis recargables, con cinta sensible y con cámaras de usar y tirar que yo reciclaba.

Tenía que trasladarme a la vecina Torreperogil y, además, como rutina, llevaba siempre en el auto una de esas camaretas cargada. Y así, circulando, traté de captar las vistas que se me presentaban, nubes y carretera en dos planos horizontales casi infinitos. La sensación era contradictoria. Fíjense que hacía aquellas tomas, a la vez que conducía, sin detenerme.

Ahora, cuando reviso mi archivo, ya digitalizadas esas fotos fugaces e inestables, me admiro de que no tuviese algún percance.

He hecho, a lo largo de estos años, bastantes tomas de este tipo; digo, del tipo de cielos anubarrados. Sin embargo, aquellas de la ruta, aunque deficientes, no carecen, según mi parecer, de cierta fuerza, de personalidad propia. Tal vez su misma improvisación sea su mayor encanto y misterio.

Espero tener todavía motivos por los que alegrarme y admirarme, en estos tiempos de zozobra, aunque sea, y no es poco, al contemplar las nubes. Así, sí que me podrán decir…

—¡Niño, que estás en las nubes!

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

Deja una respuesta