Como vengo refiriendo, Alejandro Moraga (el dirigente socialista) hizo buenos oficios con nosotros, pues gracias a él nos libramos de muchísimos peligros ‑sin eliminarlos del todo…‑ y pudimos pasar los días más tranquilos. Hay que reconocerlo: puso su voluntad y su buen corazón para ayudarnos y favorecernos. ¡Lástima que estuviese tan aferrado a las ideas y doctrinas socialistas! A pesar de ello, permitió a la superiora del Hospital que yo celebrase la santa misa el último del mes de agosto. Me llamaron muy de mañana, mientras dormían los enfermos. Me vestí deprisa y, con los zapatos en la mano, me dirigí al oratorio privado de las Hermanitas para ofrecer el santo sacrificio y darles la comunión. Me volví dando un rodeo para despistar, pues habían empezado a levantarse algunos enfermos. A cualquiera le parecería que venía de perpetrar un horrendo crimen, pero es que para aquellos demonios rojos lo que yo había hecho era origen y motivo para fusilarme…