El vacío se cubre de hojarasca,
ese vacío turbio del recuerdo.
Las hojas mortecinas de los olmos
es llovizna dorada en el jardín
que aún tiene llamaradas de soberbia.
Quien enciende las lámparas francesas
oculta los milagros del silencio.
No regresan los santos a sus nichos
ni acampan peregrinos en la noche
oscura del destierro. Llueve a veces
lágrimas mentidas, menesterosas
palabras con cristales, con espinas
de rosas enfermizas. Hay momentos
en que el vacío llena tanto espacio
que las gotas de sangre de las rosas
son monedas que pagan el silencio.