Nos manejamos como falúa (1) entre temporal extremo, ahogados por las tremendas embestidas de unas olas y de un viento huracanado que juegan como los gatos antes de decidir si nos lanzan el postrero zarpazo para hundirnos.
Somos o nos encontramos tan débiles e indefensos que no nos atrevemos ya ni a luchar. Nos dejamos, no más.
Contrariamente ante esta nuestra actitud derrotista, suicida, los hay que enfrentan los temporales con tales fuerzas e ímpetus, con tales convencimientos, que para ellos no existe nada que pueda derribarlos. Son de ideas tan fuertemente incrustadas en sus cerebros que, a pesar de ir en el falucho y de llevarlo anegado de agua, a pesar de ver que a su alrededor los demás perecen, creen firmemente que con ellos no va la cosa, que ellos sobrevivirán, porque su fe, su creencia, su doctrina así se lo afirma y promete. Y si está basada en mentiras reiteradas, da igual, que de tanto reiterarlas se hacen creíbles y creídas.