30 prosas de amor, 13

28-07-2012.
Eran tiempos de flores que morían como algas y líquenes hambrientos aquella primavera por la que volaban las nubes de la mala mar, y masticando los nervios del ozono se me subía la noche cada día, amor perdido en el paseo marítimo, prosas torcidas por el intenso celeste con su reflejo de luz encandilada en una fiesta de rameras, hurí de las oleadas aguas salobreñas, tenuamente tan tenuas y densas densamente que picoteaban la piel de la culebra, libando aquel insecto cosido con esparto.

Un verde saltamontes inyectaba su veneno refresco, aquella tarde triste, como una baeza machadiana, las meigas del alambre echaron su conjuro en aquellos ojos que parecían reñir con sus pestañas, eran tiempos de mayos por aquellas tierras del océano, y se presumía que vendrían muy pronto los veranos con su olor a sobaco bronceado, eran también tiempos de cansancio y de soledades, a pesar de los pesares eran tiempos de remirar las fotos y los saludos viejos, polilla carnavales.
Tarareaba entonces el réquiem de un cabrón, pellizcando las ingles ya perdidas y dormido el sueño en el cafetito solo, el tiempo y las metáforas, amor tronchado en prosas de amor, destiempo y vino, la novia en sueños preparaba la fiesta nupcial afilando su pico lascivo y yo esperaba impaciente en el tálamo de nardos y narciso, pero aquel sueño se vino abajo, victoriadamente, como si nada, como si, mudo, me visitara un mensajero sonámbulo.
Yo siempre supe que en las prosas de amor se multiplican los bastos y que las flores también podían morir en primavera, así que entonces mudé mis venas con la culebra, lo dice un kafka de insecto verde, me‑ta‑mor‑fo‑sis, todo mi cuerpo quedaba preso en aquel lecho de acerolas, manzanas eran las gaviotas que me chupaban todo el veneno de las aortas, y es que no se puede estar en el torno y en las monjas, al mismo tiempo, contigo siempre pan y cebolla y con tanta jaqueca de agua fría en los talones.
Entre las rotas palabras de la arena, todo el monte parecía de orégano, y tanto ozono salpicando los grandes hermanos en la noche de lumbre, vinieron olas, algún chillido en alma en pena crujía su diente por la marisma de los sollozos, tú sacudías el fiel espejo de los fantasmas, mudos, lejanos, saltones ojos de mil kilómetros entre los humos, toledo viejo, aquel cigarro sorbiendo sorbos, hojadelata, renglones todos de un resumen que terminaba siempre como el rosario de aquella aurora, estaba escrito –infaliblemente‑ que un nuevo trote acecharía por los bolsillos.

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