Cine

27-07-2012.
La canícula (canes ladrando por las noches, en vela, insomnes) se aguanta hoy mucho mejor que ayer. Los aires acondicionados (que nos facturan ya más en el verano que en el invierno) permiten pasar moderadamente bien los días (en especial tardes y noches), también nos proporcionan unos resfriados de superior condición, como cuota al progreso obtenido.

Las siestas esas de sudor y sopor invencibles se desvanecen de nuestra memoria. Aquéllas sí que eran siestas, hasta de cama, aunque normalmente lo eran de catre, colchón en el suelo e incluso poyo bajo el parral. Cuando solo se oían las chicharras pertinaces en su rascar sonoro.
Las noches eran, en verdad (y lo son, cuando llegan los calores fuertes), de vela forzada, que no había cristiano ni moro que pudiese conciliar el sueño; por ello, lo del ladrido de los perros. Había una sabia fórmula venida en los tiempos modernos (¡hay que ver lo rápido que cambian los modernos tiempos!) y la gente no la desperdiciaba, pues lo que nos parece en estos tiempos actuales asombroso es que hubiesen cosas que aprovechasen a todos por igual y que todos tuviesen acceso a las mismas; me refiero al cine: al cine de verano.
Corralón o plaza de toros, sin toros, y allá que se colocaba una gran pantalla. Sillas en mejor o peor estado, más o menos cómodas (o gradas de piedra dura que, tras la proyección, te habían dejado el trasero insensible, apto para un par de inyecciones a la brava) y a esperar la sesión, que en ciertos sitios hasta podía serlo de sesión doble. Noches que se pasaban así de la mejor forma, abanico va y abanico viene, gaseosa fresquita que te pasaba el del cubo de las ídem o visita al ambigú y nunca a faltar el bolsón de pipas saladas (eso de las sin sal vino luego).
Las colas del proletariado para ver determinadas películas eran de las de envolver a toda la manzana, larguísimas, y las salidas del recinto como si de un corridón de feria se tratase. Yo recuerdo tener que casi ver la proyección por el revés de la pantalla (en la plaza de toros), por lo colmado del recinto.
Desde fuera y según de donde procediese el viento, se podía oír la banda sonora en los barrios de la localidad, enterándose sobre todo uno y los demás, cuando era el tiroteo, si la peli era del oeste; cuando cantaba Antonio Molina, si la cosa iba folclórica; o hasta si el Caudillo había inaugurado algún que otro pantano nuevo (cosa que nos llenaba de envidia, por la sequía pertinaz de nuestros estíos).
Cuando las perras escaseaban y había que utilizarlas con criterio (prioridad al precio de la entrada), entonces el ingenio tiraba de recursos. Además de que había personal que se llevaba al cine de verano la cena (humilde y de campaña, como era normal) y el agua, para no comprar gaseosas, los chicos nos llevábamos las pipas elaboradas caseramente. En mi casa teníamos una costumbre que, además de proporcionárnoslas para el cine, nos proporcionaba también momentos de distracción y alegría sencilla; aprovechábamos las pipas del melón, tal y como describiré.
Si el melón del postre tenía unas pipas adecuadas, entonces las rescatábamos y las lavábamos hasta eliminarles tripa y babas. Las dejábamos secar al tórrido sol, saladas previamente si las íbamos a consumir así; pero lo mejor era el paso posterior. Secas ya las semillas, las poníamos en una sartén, con un chorrito de aceite y sal y las tostábamos hasta que empezaban a abrirse, que era la señal de que estaban a punto.
Y así, sin poner una perra, nos íbamos al cine con nuestro particular cartuchazo de pipas.
Sabías cuándo había terminado una sesión, por la cantidad de gente que marchaba por las callejas hacia sus barrios y casas. Y, si tenías intención de acudir a la segunda, la última de la noche, aligerabas el paso. Como he escrito, en algunos locales de esta clase se puso de moda hacer sesión doble: dos pelis por el precio de una. Así que se salía ya en la media noche pasada. Entonces el bar vendía bastantes cervezas y refrescos. Los de este tipo de sesiones, en Úbeda, eran los del Cinema Central. La Plaza de Toros tuvo sus épocas gloriosas, así como el cine de La Cava. Hubo algunos de menor duración, pero de igual efecto.
Una mención especial merece el cine al aire libre que, en una temporada, pusieron los jesuitas en uno de sus patios entre cuerpos, dedicado a los padres del alumnado (de los de Úbeda, claro, constituidos en cineclub) y animado por el padre Bermudo SJ principalmente. Cine para toda la familia, como es natural, y del que me queda recuerdo de aquella película Mon oncle de Tatí, y que no he vuelto a ver.
Se murió ese cine, como tantas cosas y pese a los nostálgicos, en el trasero del Hospital de Santiago, último intento de resucitarlo. Ahora, se mete uno en las salas, no climatizadas sino refrigeradas (y pasmazo al canto), o se sirve una ración visual cómodamente en su domicilio (si lo dejan tras los “programazos” de la televisión).

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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