09-07-2012.
En una popular zarzuela, hay un solo de la protagonista que se titula y lleva como tema el título de este escrito. El contexto es el de las guerras y sus consecuencias, mas serviría en cualquier caso. En un supuesto de que llegase la hora de ello, se desgranaban virtudes de tales mandatos. Pues bien, ya hace años que el caso llegó a materializarse.
Añado, antes de que se me tiren al cuello para rebanármelo, que han sido pocos casos y no sirven como índices o referencias para generalizar, y por lo tanto no lo haré. Muchos han sido los varones en los timones y el resultado no es óptimo. Así que hay que poner los puntos sobre las íes. Mas la muestra de las mandatarias que nos han tocado, y nos tocan, no es para ser demasiados optimistas tampoco. No se me enganchen, les ruego, porque de lo que se trata es de que, sean mandatarios o mandatarias, son personas y están influenciadas y condicionadas por el entorno, por el ambiente y por las consignas ideológicas que las mantienen o mantuvieron en el poder. Mujeres y hombres.
Pero tengo en mi punto de mira a la “lideresa”, la sin par, la magnífica Presidenta de la Comunidad de Madrid. La Condesa con grandeza de España, ¿quién da más…? Claro, así se entiende su supuesto “liberalismo”, que no es más que un conservadurismo extremo. Y también se entiende todo lo que ha ido haciendo (o lo que no le han permitido hacer). Cojonuda la señora, con dos… (eso decía el adulador y beneficiario de turno, líder de empresarios que se forran en consejos de administración y del gremio).
A esta señora, votada democráticamente, no lo dudo ahora (sí, cuando forzaron la votación con el chanchullo vergonzante de los tránsfugas), le va la marcha. Si por ella fuese, estaríamos ya en el siglo XVIII, pero antes de la Revolución Francesa, siglo lleno de intelectuales, el de “las luces”, en el que su casta, la nobleza, todavía podía permitirse esas veleidades siempre y cuando el pueblo les siguiese sirviendo y produciendo. Ejercería ‑no lo dudo‑ de magnánima señora que atendería muy caritativamente a sus siervos, a los que procuraría cierto bienestar, siempre y cuando no alterasen el sistema establecido; siempre y cuando fuese condición indispensable e incuestionable su poder y su señorío sobre personas, animales y cosas.
Aguirre se equivoca de tiempo, pero no sólo no lo reconoce sino que labora porque se reconvierta en aquél que ya acabó.
Por otro lado tenemos a la Presidenta de Argentina. Otra que vive de los tiempos pasados, con el problema de que ella quisiera ser “la otra”, la que sigue en el imaginario del pueblo, la Evita momificada, la de las manos finas y blancas y los abrigos de visón, a la par que el desgarro mitinero: la del populismo. La señora Fernández además se reinventa cada día. A su espejo no le permite reflejarle, cual madrastra de Blancanieves, quién es, sino quién tendría que continuar siendo. Una persona así, que se miente a sí misma, no es de fiar. Primeramente, porque su compulsión al autoengaño la llevará al intento de engaño a los demás. Y a los aduladores e incondicionales existentes (siempre se apuntan, siempre los hay) les da igual saber que parten de una engañifa, mientras ellos medren también.
Ante la evidencia… la pantalla para ocultarla. Y la pantalla es volver al populismo de “la otra”, porque así se eleva la condición personal hasta los límites de lo sagrado. Si una bailarina de cabaré lo logró, ¿cómo no lo va a lograr Cristina Fernández, abogada de carrera? Además, y a diferencia de aquella, Cristina sucede y hace perdurables las esencias de Néstor, su antecesor en el cargo y su marido.
Y hace confluir dos esencias: la del populismo tradicional peronista con las del revanchismo kichnerista. Las dos las eleva a doctrina y fundamento de su acción de gobierno; gobierno que, por cierto, no convoca a reunión secuencial y establecida como norma, sino que administra a golpes de intuición, arrebatos místicos o interesados circunstancialmente, o según sus más y escasos íntimos le sugieren. Se eleva pues, su mandato, a un presidencialismo extremo, siempre derivado de sus impulsos personales. Es de reconocer que utiliza temas y argumentos cuando le conviene y, aunque sean atrabiliarios, porque sabe que van a reportarle popularidad y ventajas; porque sabe que los argentinos, mientras se disfrace de Evita, se lo van a perdonar todo.
Dos mandatarias. Dos mujeres. Dos ejemplos. Tal vez no he elegido los mejores. Porque también por ahí anda la Merkel.